COLUMNA INVITADA

Monsiváis y la música

Lo menos conocido, a mi parecer, es la relación de Monsiváis con el rock. Nos enteraremos seguro de sus gustos y sus fobias

OPINIÓN

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Pedro Ángel Palou / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Es una alegría que el Museo del Estanquillo, ese espacio que alberga el juguetón gabinete de curiosidades que es la colección de Carlos Monsiváis este planeando un par de nuevas exposiciones, en medio de la pandemia. Se van a cumplir ya diez años del fallecimiento de nuestro gran cronista de lo popular, y Henoc de Santiago, el director del museo está ya trabajando con la Fonoteca Nacional para a mediados de este año abrir una exhibición que se antoja suculenta. En un país eminentemente musical la literatura -crónica y novela en particular- suelen ser casi silentes. Monsiváis encarnó al verdadero melómano de gustos universales. Lo mismo escribió de Lucha Villa que de su amiga Chabela Vargas, de José Alfredo que de Pedro Infante. Pero también de nuestro mítico concierto de Avándaro -el Woodstock mexicano- a los Tepetatles. Con esa mirada omnívora, Monsiváis escribió de todos, y de todos escribió bien.

A mí en particular me interesa lo que el museo nos revele en la exhibición sobre el teatro de revista, el mal llamado género chico. Monsiváis era especialmente cercano a este tipo de comedia que reflejaba una salida al naciente feminismo y construía una representación de la mujer mexicana no sumisa, sino libre y altanera, dispuesta a asumir un papel protagónico.

Algunos recordarán a Monsiváis en sus cameos -como Santa Clos en Los Caifanes, por ejemplo, o en los videos de boleros de Luis Miguel. O cerca de Juan Gabriel. Pero seguro veremos también su cercanía con el radio y la XEW. Me interesan también, los años 1921-25, donde la radio nace y crece en nuestro país. Pero no se nos olvide que la cultura popular anglosajona era otro de los derroteros de Carlos. Lo recuerdo con Fuentes, en la casa de este último de San Jerónimo, recitando entre los dos diálogos enteros de películas norteamericanas. Así que seguramente habrá una gran sección dedicada al blues y al jazz.

Lo menos conocido, a mi parecer, es la relación de Monsiváis con el rock. Nos enteraremos seguro de sus gustos y sus fobias. Según parece Monsiváis componía las letras de la banda Los Tepetatles, de la que hablamos arriba. ¿Recuerdan mis lectores Tlalocman? ¿Teotihuacán a go go? ¿Sniff sniff gulp gulp? De no ser así les recomiendo buscarlas por internet y divertirse con el genio lírico del autor de Amor perdido.

Monsiváis indagó la identidad a través de las múltiples caras de la cultura popular en un afán coleccionista sin precedentes que tiene su correlato material en el Museo del Estanquillo. Se trata de un gabinete de aficionado inverso en el que la identidad se desmorona por acumulación, en el que la ilusión de lectura homogénea desaparece. Y ese es, a mi juicio, su aporte final: una lectura del Apocalipstick de la mexicanidad.

Esa identidad evanescente que tanto preocupó a Monsiváis -y a la generación anterior, con Carlos Fuentes y Octavio Paz a la cabeza- estaba construida sobre la ilusión de un proyecto mestizofílico del estado mexicano que terminó por hacer agua del todo. En el país de los múltiples Méxicos bien nos valdría reconocer también que somos un país multilingüístico, plurinacional, y que debemos aún profundas reparaciones a los pueblos indígenas. Mientras tanto todo lo demás, como siempre, será sola y tristemente simbólico. Él lo decía bien: en esta esquina, la nación… en la otra, los parias.

Y es que nadie indagó mejor en la identidad y sus mitos en México que Monsiváis. Lo recuerdo para ustedes: El populacho capitalino, del siglo XIX a nuestros días, se ha ido armando de aquello desechado o cedido por las clases en el poder. Pero así como el populacho es radicalmente distinto, el proceso nunca ha sido mecánico. Ha implicado la voluntad de asimilar y rehacer tales concesiones transformándolas en vida cotidiana, la voluntad de adaptar el esfuerzo secularizador de los liberales a las necesidades de la superstición y el hacinamiento, el animo que reverenció desde la miseria a la "nueva moral" del porfiriato, el gusto con que el fervor guadalupano utiliza las nuevas conquistas tecnológicas. Una cosa por la otra: la Nación arrogante no aceptó a los parias y ellos la hicieron suya a trasmano.

Ahora, a disfrutar la nueva exposición donde conoceremos a fondo la visión de un paria y de un genial coleccionista de lo popular. Felicidades.

POR PEDRO ÁNGEL PALOU
COLABORADOR
@PEDROPALOU

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