CLAUDIO MONTEVERDI

La pera y su multiverso amoroso

Abundan obras sentimentales y cómicas, que han encontrado su lugar en el catálogo

CULTURA

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HISTORIAS. Imágenes: Germán Montalvo, 2021.Créditos: Germán Montalvo

A Paulina Arancibia:

partenaire de distopías, reales e imaginarias

El amor y sus innumerables vericuetos han fertilizado la ópera desde la invención misma de este género aglutinante. Ya en los albores del siglo XVII, Claudio Monteverdi llevó a escena la fábula de Orfeo, héroe capaz de descender al Hades en busca de su amada Eurídice, muerta por una picadura de serpiente.

Armado por su lira y la belleza de su canto, Orfeo doblega las furias del inframundo, regresa a la vida a su musa y conmueve a los dioses con la noble fuerza de su querencia; se convierte así, en el personaje simbólico de una ambición artística que persigue aglutinar al resto de las artes: la ópera.

Monteverdi también plasmaría en la escena lírica el ardoroso arrebato entre Nerón y Popea. El catálogo de óperas y personajes que, como en L’orfeo y L’incoronazione di Poppea, encuentran su motor dramático en el sentimiento amoroso, es amplio y no se ha detenido en los más de cuatro siglos de existencia.

Por supuesto, están Romeo y Julieta, en varias adaptaciones líricas. Charles Gounod concretó la más célebre versión musical de estos amantes trágicos de Verona.

Foto: Germán Montalvo

Otra delicada historia de amor que concluye de manera brutal, proveniente de La divina comedia, de Dante Aligheri, es la de Francesca de Rimini y su cuñado Paolo Malatesta. Ambos se dieron cuenta de que se habían enamorado al promediar la tarde de un día de tantos en los que convivían. Y no pudieron aplacar sus impulsos. Ese chispeante frenesí de reconocerse como amantes los llevó a ser víctimas de una afrenta adúltera y lujuriosa lavada con sangre. Riccardo Zandonai y Serguéi Rajmáninov encabezan la lista de más de 20 adaptaciones operísticas de esta trama condenada al Segundo Círculo del Infierno.

Abundan también obras melodramáticas, sentimentales y cómicas que han encontrado su lugar en el catálogo pese a cierta obviedad de los sentidos. Werther, de Jules Massenet; La bohéme, de Giacomo Puccini, o L’elisir d’amore, de Gaetano Donizetti, donde no es un elíxir maravilloso el que provoca el amor entre Nemorino y Adina, sino un placentero bordó, son ejemplos. Carmen, de Georges Bizet; Pagliacci, de Ruggero Leoncavallo, o Medea, de Luigi Cherubini, muestran amores tóxicos y homicidas.

Amar a la persona equivocada también lo padecerán personajes como Sansón, Norma, Aïda, Gilda o Lucía de Lammermoor. El poeta revolucionario Andrea Chénier, como lo inmortaliza Umberto Giordano, tiene tres amores: la patria, la justicia y su pareja Maddalena di Coigny, pasiones que llevan su cabeza a la guillotina.

Y siempre hay más en el multiverso lírico del amor.

Tristán e Isolda, de Richard Wagner, quien pinta en la ópera  la necesidad de redención a través del amor. Arindal, El holandés errante, Tannhäuser, Wotan, entre otros héroes, caballeros, dioses y espectros, requieren del amor fiel que sea capaz de salvarlos, aunque eso sea sólo para obtener el descanso eterno. En ese sentido, en el de no poder renunciar al amor como el nibelungo Alberich, todos como humanos, en mayor o menor medida, somos wagnerianos.

Por José Noé Mercado

 

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