ECOS DE LA CIUDAD

¿Por qué la democracia necesita religión?

Harmut afirma que el sistema democrático atraviesa una profunda crisis, debido a que prácticamente en todo el mundo, el odio y la cólera estallan por todas partes

OPINIÓN

·
Humberto Morgan Colón / Ecos de la ciudad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Heraldo de México

¿Por qué la democracia necesita religión? Es un libro del filósofo y sociólogo alemán Harmut Rosa, publicado en 2022 en su idioma original y lleva como subtítulo, Sobre una relación singular de resonancia.

Para el profesor de Sociología, la democracia es una forma de gobierno que requiere que escuchemos atenta y abiertamente lo que sienten y aspiran nuestros conciudadanos. No obstante, la voluntad de escuchar lo que realmente le pasa a los demás, se ha ido marchitando. 

Harmut afirma que el sistema democrático atraviesa una profunda crisis, debido a que prácticamente en todo el mundo, el odio y la cólera estallan por todas partes. Debido a esto, necesitamos más que nunca corazones que sepan escuchar, esa máxima que el rey Salomón le pide a Dios: Dame un corazón que escuche. 

Esa es precisamente la idea central de su teoría de la resonancia, la escucha abierta y respetuosa, el que la sociedad y los individuos tengamos corazones para escuchar. Pero si bien es cierto que a veces el corazón no escucha, eso no depende exclusivamente de las personas, pues deben darse ciertas condiciones del espacio y el contexto, incluido el contexto social para que suceda. La resonancia demanda de requisitos previos, sobre todo en una sociedad que vive en lo que el pensador llama una inmovilidad deslumbrante, es decir, que por un lado tiene la necesidad frenética de moverse cada vez más rápido, lo que llamamos crecimiento, pero por otro lado permanece estancada. 

Según Harmut, la era moderna ha manifestado un programa de crecimiento fascinante y nos ha dado una prosperidad económica sin precedentes, con múltiples descubrimientos, creando un sistema económico como el capitalismo, que ha sido clave en la generación de los recursos de los cuales gozamos hoy en día. Sin embargo, el proyecto moderno también prometía autonomía, salir de la precariedad gracias a ese crecimiento, salir de la ignorancia gracias a la ciencia y quizás, la promesa mayor, superar la falta de tiempo, producto de la aceleración. 

Hoy sabemos que esa parte del proyecto moderno, la de la promesa de autonomía, ha quedado incumplida. Nuestra sociedad vive en permanente estabilización dinámica, lo que quiere decir, que, depende sistémicamente del crecimiento constante, un proceso de permanente aceleración que resulta necesario no para avanzar, sino para mantener el estatus quo, para seguir en el mismo lugar. 

Si la modernidad tuvo tanto éxito, fue porque todos sentían que trabajaban por un futuro mejor, en aquel entonces existía una fuerte resonancia, en el sentido de que los padres creían que su esfuerzo lograría que sus hijos tuvieran una vida mejor que ellos, generando un fuerte vínculo intergeneracional. Hoy por el contrario, vemos que las personas intentan esforzarse solo para hacer que la vida de la próxima generación no sea mucho peor que la nuestra.

Harmut enfatiza, que actualmente ni siquiera los gobiernos impulsores del crecimiento creen en un futuro mejor y es llamativo observar cómo pese a todo este desarrollo material, las incertidumbres aumentan. Cuando nuestras sociedades se ven obligadas a crecer, a acelerar sin descanso, entonces se ven impulsadas a cambiar todo el tiempo, pero se mueven sin saber hacia dónde. Han perdido el sentido de para qué se debe realizar ese movimiento y como consecuencia, entran en crisis. Esa es la idea de esta inmovilidad dinámica, tenemos que correr cada vez más de prisa cada año, solo para evitar caer en el abismo. 

En medio de este modelo de funcionamiento, la cultura política también está cambiando y en ese cambio se produce una crisis en los sistemas democráticos, cualquiera que piense políticamente distinto a mí no es visto simplemente como un interlocutor con el que tratar, sino como un enemigo repugnante al que hay que silenciar. Ya no es posible mantener un debate sobre qué estilos de vida son oportunos o sobre cómo queremos vivir, los otros simplemente deben callarse.  

Entonces es dado preguntarnos ¿Necesita una sociedad así, una institución como la iglesia? ¿La necesitamos o es un anacronismo? ¿La iglesia es un vestigio de otra forma de sociedad y de relacionarse con el mundo? Harmut dice que si se quiere dar una respuesta negativa, sin duda hay argumentos para hacerlo. Por ejemplo: las iglesias cristianas están salpicadas por diversos escándalos y sufren muchas de ellas, una marcada reducción de fieles. Además, la religión bien puede percibirse como una fuerza oscurantista y reaccionaria, incluso arcaica, obstáculo para las opciones racionales de la modernidad. 

Independientemente de ello, Harmut continúa inquiriendo ¿Es razonable creer en Dios? ¿Hay prueba de su existencia? ¿La Biblia describe una historia, o es la palabra divina? Él dice que no son preguntas que le interesen como sociólogo, porque no le es posible encontrar respuestas a esas incógnitas, por lo cual, ni siquiera es sensato plantearlas. Lo que le interesa es el tipo de relación con el mundo que surge a través de la práctica religiosa y propone abordar la religión desde otra perspectiva, a partir de otras interrogantes, ¿Qué ocurre cuando la religión deja de resonar en las sociedades democráticas? ¿Qué pierde una sociedad cuando la religión deja de jugar su rol? ¿Qué futuro le espera a una democracia sin religión?

Por supuesto que la iglesia parece un arcaísmo problemático, pero pese a este panorama, Harmut Rosa cree que tiene un importante papel que desempeñar en esta sociedad, desde dónde se pueden buscar formas alternativas de relacionarse con la vida, el universo, el cosmos o la naturaleza.  Considera que en la grave crisis que atravesamos, la respuesta a esta pregunta está en parte en las instituciones religiosas, en sus tradiciones, en sus prácticas, en sus fundamentos del pensamiento y sus ritos. Pues la agresión hacia el mundo no es solo ambiental, también se manifiesta en nuestras relaciones políticas y en nuestras conductas individuales. Es aquí, por lo que Harmut cree que necesitamos la religión y la consigna del rey Salomón, Dame un corazón que escuche, es desde donde se entiende su dimensión política. 

Dice Rosa, que antes pensaba que la democracia funcionaba en la medida que la voz de todos se hacía audible, pero ha llegado a la conclusión de que la democracia no solo necesita voz, sino también oídos y un corazón que escuche, que quiera oír a los demás y responderles, la democracia es el credo de nuestras sociedades, pero requiere oídos, voces y corazones que escuchen. 

Para Max Weber, la probidad intelectual significaba sobre todo escuchar, ya que mi interlocutor puede tener argumentos que tengan algo que ofrecerme, en esta idea se resume la concepción republicana de la democracia, no significa solo un tengo algo para decirte o digo lo que pienso, sino más bien usted tiene algo para decirme, de lo contrario no funcionará. 

La tesis es que son precisamente las iglesias las que tienen las narrativas, los reservorios cognitivos, los ritos, las prácticas y los espacios donde un corazón puede practicar la escucha y experimentarla, debemos dejarnos llamar. Es precisamente lo que está en crisis actualmente, nuestra disposición a ser llamados y esto se refleja tanto en la crisis de fe como en la crisis de la democracia. 

POR HUMBERTO MORGAN COLÓN

COLABORADOR

@HUMBERTO_MORGAN

EEZ