COLUMNA INVITADA

¡Las cosas por su nombre!

El cuentista suizo Peter Bichsel escribió a finales de la década de 1960 una pequeña y aleccionadora historia bajo el título Una mesa es una mesa, su relato me impresionó cuando joven, lo pude leer en alemán y entender hace más de 50 años

OPINIÓN

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Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

El cuentista suizo Peter Bichsel escribió a finales de la década de 1960 una pequeña y aleccionadora historia bajo el título Una mesa es una mesa, su relato me impresionó cuando joven, lo pude leer en alemán y entender hace más de 50 años.

El resultado pedagógico que el autor le impregnó a su cuento, vigente ahora, aborda la importancia del lenguaje y la comunicación y, para que ello sea posible, una de las bases es dar nombre a las cosas, comprender el significado de ellas e identificarlas.

Por supuesto, esta breve historia aporta muchas más utilidades. La narración habla de un viejo gris –en todos los sentidos– con una vida rutinaria, pero con el ansia esperanzadora de un cambio. La monotonía de ver siempre la misma mesa, el mismo reloj, la misma casa, lo llevan a la desesperación.

En una decisión alocada, el anciano empieza a cambiarle el nombre a las cosas: a la cama la llama imagen, a la mesa la designa como la alfombra, al hombre lo llama pie y así hasta crear todo un nuevo idioma. Por supuesto, desde un principio es un disparate: el pie se ve ante la silla y si tiene frío se mete al periódico, lo que equivale a decir que el hombre ve su imagen ante el espejo y si tiene frío se acurruca en la cama.

Al principio esto le parece divertido al adulto mayor, al final de cuentas es un cambio al que se dedica con denuedo, lo hace feliz escribir y llenar con ríos de tinta cuadernos con la moda extravagante de la nueva lengua creada al capricho de un individuo. Bichsel deja entrever al final de este cuento el verdadero resultado de semejante e inútil empresa.

Al crear todo un entramado lingüístico, el añoso hombre empieza un proceso de desconocimiento de lo que los demás están hablando. Lo que para los demás, dice el cuentista, significa algo, el resultado para el anciano es totalmente diverso y disparatado. Nadie lo puede comprender y él no tiene ya la capacidad de entender a los demás, pues se ha roto el círculo dinámico de la comunicación.

Y lo que fue un cambio que alegró al protagonista, en realidad se vuelve la arcana de su ostracismo. Ante la imposibilidad de no poder comunicarse con nadie, el anciano vuelve a la monotonía de la que tanto deseó apartarse. Continuó siendo el mismo hombre de gris, rutinario, hastiado y, adicionalmente, aislado e incomunicado.

En el Derecho y en las cosas del Estado debe pasar exactamente lo mismo. La justicia es justicia, la ley es la ley, y no otra cosa, la democracia es y lo demás pueden ser simulaciones u otras cosas; la paz y la estabilidad son valores que todos entendemos y no deberíamos disfrazarlas con otras denominaciones.

La práctica cotidiana de sutilezas y tecnicismos han hecho que no llamemos a las cosas por su nombre y frecuentemente hemos optado por llamarlas de otro modo. Tal vez para soportar mejor la crudeza de la realidad, lo irremediable de los problemas, aminorar artificialmente los efectos y consecuencias de nuestros actos.

Pero al final, si no sabemos comunicarnos, terminaremos como el anciano de la historia: aislados, incomunicados y grises. Las cosas por su nombre, porque una mesa es una mesa y nada más

POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

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