SINESTESIA

La intimidad del espejo

Convaleciente, en la cama, Frida Kahlo pinta su autorretrato con ayuda de un espejo, ese acto es el medio ideal para sublimar el dolor y el desamor

OPINIÓN

·
Tomás Lujambio / Balones y pelotas / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Frida Kahlo es, quizá, la pintora más viva entre las muertas. A pesar de haber fallecido hace 70 años, la potencia de su mirada continúa reproduciéndose sin cesar.

El amplio repertorio de autorretratos de Kahlo se ha mercantilizado tanto que uno puede encontrarlos en encendedores, toallas, veladoras, collares, entre muchas cosas más. Sin embargo, a diferencia de otras imágenes explotadas por el mercado, las reproducciones de Kahlo no solo están capitalizando los atributos de su apariencia, sino más bien su identidad.

Corre el año 1925 y una joven Frida Kahlo de 18 años se fractura la espina dorsal en un accidente automovilístico. Para mitigar la frustración provocada por la inmovilidad o, quién sabe, quizá para ofrecerle un tipo de catarsis a su hija, la madre de Kahlo le regala un bastidor diseñado específicamente para pintar en la cama.

Posteriormente, acomoda un espejo al lado del lienzo. El paralelismo entre ambos objetos se vuelve inevitable: el espejo y el lienzo, alineados como astros, dan pie a dos caras de una misma Frida, dos accesos distintos a una misma subjetividad.

Ahí, en la cama, Frida encuentra el medio ideal para sublimar el dolor, el desamor y el pesar que aqueja su alma y fractura su cuerpo. Es más, su obsesión por el autorretrato termina por convertirse en un tipo de registro autobiográfico.

En cada uno de ellos, Kahlo se desahoga sin tapujos y demuestra que, como dice Jean-Luc Nancy, “el retrato es evocación de una intimidad”. Recostada frente al espejo y el lienzo, Frida abre la puerta a su vulnerabilidad y enmarca el impacto afectivo de su accidente, su aborto, su amor por Diego y su codependencia, su identidad partida, su miedo a la muerte y su uniceja.

Por desgracia, la reproducibilidad masiva de los autorretratos de Kahlo termina por diluir todos sus intentos por exponer la crudeza de su intimidad, provocando no solo la mera mercantilización de su imagen, sino también la banalización de su identidad.

POR TOMÁS LUJAMBIO

EEZ