MALOS MODOS

Vivir entre ladridos

Antes de que las buenas conciencias procedan al linchamiento, va por delante que el Doctor Patán

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Antes de que las buenas conciencias procedan al linchamiento, va por delante que el Doctor Patán comparte casa con cuatro perros, dos de los cuales fueron rescatados del horror de las calles chilangas. De hecho, esta entrega de su columna favorita no es realmente sobre los perros, sino sobre las personas que deciden tener perros. El punto es este: ¿cómo logra el capitalino agarrar a una criatura llena de virtudes y convertirla en una pesadilla para sus vecinos?

La pesadilla se manifiesta de varias maneras. Primero, como una repugnante forma de contaminación. En la colonia en que solía vivir, su doctor, sorprendido, contó una vez 52 mierdas en cuatro cuadras (¿cómo sobrevivirá la industria de las bolsitas de la caca?).

Otra manifestación es la que tiene que ver con la circulación por las calles. El chilango es una especie rara, convencida de que los perros tienen todo el derecho de caminar libres por las banquetas, sin correas ni bozales, y de que sus conciudadanos deben sentirse agradecidos por ello.

Por “los perros” su doctor quiere decir: TODOS los perros, o sea, desde el mestizo que decide subirse a tus pantalones con las patas lodosas, cosa que aparentemente debe parecerte muy simpática; hasta el pit bull que, ya saben, “no hace nada”; y hasta el chihuahua que te tira dos tarascadas pero quién se fija, con lo tiernos que son.

Dicho lo anterior, la manifestación más persistente de la pesadilla es el ruido. Su doctor ha viajado un poco y conoce ciudades llenas de perros como París, Madrid o Berlín. Bueno, en ninguna de ellas hay una cantidad de ladridos siquiera comparable con la que distingue la vida chilanga.

En el barrio donde tienen su humilde casa, de clases medias acomodadas, de los cuatro hogares que ocupan la banqueta de enfrente, dos se distinguen por perros a los que sus humanos de compañía dejan literalmente todo el día en un balcón para que ladren a placer. “Mala suerte”, dirán. Pues no.

En el barrio en el que pasó el confinamiento, de gente muy adinerada, el doctor debió lidiar con tres “lomitos” que ladraban del amanecer hasta altas horas de la noche, ad libitum, en el jardín del vecino, que además (mala idea) era el casero.

Todavía un poco antes, en otro barrio clasemediero, el día era un continuo ladrido que venía de la derecha, con un perrito encerrado durante horas, solo, en un patio; de atrás, con otro perrito, obeso mórbido, que se manifestaba sin parar frente a la mirada impasible de sus dueños; y de la izquierda, donde hacían lo propio dos pastores alemanes.

Por supuesto, a su doctor no le sorprende a estas alturas la pésima educación del chilango medio. El objetivo de esta columna es entender qué clase de daño neurológico tienes que padecer para que no te importe vivir así, con ese ruido. Neurológico y moral: maltrato, le llaman.

POR JULIO PATÁN

COLABORADOR

@JULIOPATAN09

MAAZ