AIRE PARA PENSAR Y DEJAR PENSAR

Diente de león

Ella se comparó con un diente de león. Una flor silvestre, que crece contra toda adversidad, delicada pero fuerte a la vez

OPINIÓN

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Paola Albarrán / Aire para pensar y dejar pensar / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Nadie planta, ni cultiva un diente de león. Crecen sin cuidado. Contra el viento sigue conservando sus frágiles semillas que se mueven cuando el aire las acaricia y se suspenden en el tiempo.

Estas flores silvestres se dan entre banquetas. Una grieta en el pavimento es suficiente para que quepa la vida de quien quiere vivir.

Estos encuentros no planeados, pero sí predestinados. Donde cualquier caminante pueda tomarlo entre sus dedos y en cuestión de segundos crear magia. Donde una flor se transforma en posibilidad de deseo.

Lo mismo pasa con nuestro propio despertar. Son momentos que no necesariamente se planean, pero cuando llegan es un momento perfecto para la posibilidad de co-crear magia con la vida. Con la enorme posibilidad de dar esperanza y poder transformarse en deseo. Es la transformación de la vida misma.

Un diente de león es una evolución viviente. Flores que nacen amarillas y que al envejecer se convierten en nubes esféricas perfectas. Que tienen la posibilidad de poderse extinguir con el soplido de algún esperanzado que, con un poco de inocencia, sople con fe su deseo y confía que se lo lleva el viento.

Ella, como diente de león, floreció en soledad, contra todo; la búsqueda constante de encontrar un equilibrio.

Seguir el ejemplo del diente de león y encontrar libertad para poder crecer; crecer por naturaleza, y es imposible que no suceda. Y así se acostumbró a bailar en esos días de crecimiento mientras el viento la acariciaba. Le gusto vivir sin que nadie le cuestionara. A disfrutar del atardecer porque esa luz la hacía sentirse más bonita.

Creció y se le olvidó el miedo a la noche y a las leyendas que acompañan el reto de estar sola. Al contrario, tuvo el tiempo de mirar la luna y se enamoró de ella y la luna de ella. Las noches se convirtieron en refugio para sus sueños y la luna aprendió a velar por ellos.

Ella se acostumbró a su tamaño; su color, a su forma. Se aceptó. Aceptó la misión de ser, y vio pasar el sol día con día, en diferentes momentos, hasta que reconoció que su sombra bailaba si ella bailaba. Al principio, se asustó y luego la abrazó. Reconociendo que la sombra también es parte de ella. Y entre más luz, más grande hacia su sombra. Siempre sola, no vacía.

Aprendió a cantar canciones, a escribir poemas, a ponerse en sintonía, a llenarse de sí misma, y hacerse amiga de ella. Aprendió de las lecciones más importantes, a reírse. De la vida, y de sí misma, de lo efímero que puede ser todo, incluso el dolor. Descubrió que la risa es capaz de curar cualquier herida. Aprendió a escuchar su propia voz para entonces poder florecer.

Ahora disfruta de su propia existencia, ya disfruta de ser amarilla, de ser feliz, de bailar con el viento, de crecer en dirección al sol, y con sus raíces estar cada día más cerca de tocar el centro de la tierra. Disfruta de tener una conexión con la luna, de sentirse consentida de Dios. No como presunción, sino como realidad.

Y es que ya no busca la aprobación de nadie más, ella ya sabe su valor y el valor de su libertad. No es negociable. Hoy la necesita para construir con claridad su propio lugar sagrado, donde se pueda respirar paz.

Me gusta la nobleza que tiene el diente de león. Que muere para poder ser medio de cumplir el deseo de alguien más. 

POR PAOLA ALBARRÁN

paolaalbarran1@gmail.com 
IG: @paolaalbarran

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