EL SARTÉN POR EL MANGO

El drama más grande de la historia

Todas las grandes pasiones humanas estuvieron representadas en el acontecimiento del Hombre

OPINIÓN

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Paz Fernández Cueto / El sartén por el mango / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

Shusaku Endo, primer novelista japonés que escribiera una vida de Cristo, afirma que las páginas evangélicas de la Pasión superan en calidad a las muchas obras maestras trágicas de la historia literaria. Martín Descalzo a su vez, a propósito del drama del Calvario, señala que es sorprendente que ninguno de los cuatro evangelistas –Mateo, Marcos, Lucas o Juan— hayan caído en la trampa de la grandilocuencia. El que, aun narrando una gran tragedia, no hayan dejado ni por un momento de pisar tierra ciñéndose al más cotidiano realismo.

La tentación, por cierto, no era para despreciar. En ella cayeron con frecuencia los trágicos de la antigüedad clásica en su intento por recalcar las grandes pasiones humanas. Para los evangelistas, en torno a Jesús que es la única víctima, giraba una corte de personajes que protagonizan toda la tragedia humana: Judas representa la traición, Pilato, la cobardía, Herodes, la lujuria que se hace acompañar por la crueldad, Anás, la corrupción, Caifás, el cinismo, los fariseos, la hipocresía, María, el amor sin mancha, la Magdalena, el amor arrepentido, Pedro el ímpetu apasionado, las Santas Mujeres, la valentía, Juan, el amor de juventud, Dimas, la esperanza, Gestas, el odio, Nicodemo, la grandeza de ánimo, Barrabás, la violencia, la Verónica, la compasión, Simón de Cirene, la solidaridad, José de Arimatea, la magnanimidad, el Centurión, la conversión y el resto de los apóstoles, el miedo despavorido.

Todas las grandes pasiones humanas estuvieron representadas en el acontecimiento central de la muerte y pasión del Hombre con mayúscula, de aquél que cargaría con la miseria acumulada del resto de los hombres, para redimirlos en la cruz con su sacrificio redentor. Más allá de las grandes pasiones que protagonizaron el drama, aún quedó sitio para un mar de mediocridad y aburrimiento presente en el entreteje de la trama. Basta una lectura atenta del evangelio para descubrir entre líneas, los pequeños detalles de esa zona gris y miserable del acontecer humano, de eso que ocurre sin tanto escándalo todos los días, lo que no es noticia, ni entraña protagonismo, ni amerita publicidad.

Pensemos en el sueño aletargado de Pedro, Santiago y Juan cuando la oración del huerto en Getsemaní, en la cobardía escondida tras el anonimato de la turba que aprehende a Cristo, que venía armada con espadas y con palos; en la huida de un joven desconocido cubierto con una sábana; en la proliferación de falsos testigos durante el juicio; en las intrigas de la criada del Sumo Sacerdote; en la crueldad de los soldados de la cohorte; en el llanto de las mujeres de Jerusalén o en la frialdad de los que se burlan de Cristo meneando la cabeza al pasar frente a la cruz.

Entre estos personajes hay algunos que cimbran más fuerte la conciencia, tal vez por la indiferencia con que presenciaron el drama que más ha conmovido a la humanidad a lo largo de dos mil años. Se trata de los soldados que se sortearon la túnica jugando a los dados, mientras Jesús agonizaba. No deja de impresionar la figura de estos soldados, personajes ciertamente enigmáticos, quienes a dos metros de la cruz y a pocos minutos de dar vuelta a la gran página de la historia en torno a lo que sería el advenimiento de la Era Cristiana, se dedican aburridamente a matar el tiempo mientras juegan a los dados.

Son ellos, quizá, los mejores representantes de la humanidad en torno al Cristo que muere, al que sigue sufriendo de injusticia, exclusión social, despojo, pobreza extrema, discriminación, violencia, indiferencia y crueldad, porque en el mundo siempre ha habido más aburridos, mediocres, indiferentes y dormidos, que grandes traidores, grandes hipócritas, grandes cobardes o grandes santos.

Quizá el mayor drama del Calvario no fue la muerte trágica de Cristo que finalmente acaba en feliz resurrección, sino la incomprensión de que se vio rodeado entre el abandonismo de los cercanos y la indiferencia de los extraños. Todo esto mientras Jesús pedía perdón al Padre por todos los que no saben lo que hacen.

Hoy, a veinte siglos de aquel Calvario, el drama continúa: ¿creen los que dicen que creen?, ¿son coherentes con los principios del evangelio los millones bautizados?, ¿son consecuentes con la ley de la justicia y del amor los que se dicen seguidores del crucificado? Los grandes escándalos que amenazan el mundo contemporáneo suelen centrarse en la corrupción, la violencia, el terrorismo y el narcotráfico cuando en realidad, el mundo se desmorona más que por la acción de los malvados, por la indiferencia de los buenos, por la cobardía de los poderosos y por el sueño aletargado de los que nos decimos cristianos. 

PAZ FERNÁNDEZ CUETO

COLABORADORA

PAZ@FERNANDEZCUETO.COM 

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