MIRANDO AL OTRO LADO

La República bananera de AMLO

AMLO ignora la ley, la pisotea y se lanza a destruir las instituciones del país

OPINIÓN

·
Ricardo Pascoe Pierce / Mirando al Otro Lado / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

AMLO ignora la ley, la pisotea y se lanza a destruir las instituciones del país. Esa es la inevitable conclusión a la que se llega viendo su conducta como jefe de Estado. Se considera por encima de los mandamientos que constriñen legalmente al resto de los ciudadanos. Él lo dice así: “mi autoridad moral está por encima de la ley”.

Pero el eje conductor de la construcción de su soñada República bananera es la corrupción, no proyectos de nación, ni respetabilidad democrática ni la estabilidad que ofrece un Estado de derecho. La destrucción de las instituciones, la corrupción como cemento de su movimiento y el desacato al orden constitucional es lo que define una República bananera.

Su autoridad obviamente no está por encima de la ley, y ciertamente no tiene una gota de moralidad. Lo que sucede es que cuenta con un partido político con mayoría simple en las dos Cámaras, una mayoría de gubernaturas estatales encabezadas por militantes de Morena y unas Fuerzas Armadas institucionales que aún obedecen el mandato de su Comandante Supremo.

Esa fuerza es sumisa a él y a sus pretensiones políticas, lo que le permite conducirse como un gobernante autoritario que gasta el presupuesto público como quiere, con total irresponsabilidad y sin la menor rendición de cuentas, y esa conducta, además, es aplaudida por los suyos.

Debemos preguntarnos cómo es posible que, después de que bloques de legisladores de todos los partidos se esforzaron durante años por construir instituciones estatales democráticas con leyes que obligan a la transparencia y la rendición de cuentas, hayamos caído en los brazos de semejantes forajidos que piensan solamente en ellos, y nunca en el bien común.

Una cosa es empeñarse en mejorar las instituciones para que promuevan de mejor manera la transparencia, el respeto a los derechos humanos y a la equidad. Pero otra cosa, totalmente diferente, es lo que hace AMLO: demoler enteramente a las instituciones para que no tenga que rendir cuentas ni respetar los derechos de terceros.

Y lo logra recibiendo los aplausos y felicitaciones de las masas inermes morenistas que carecen de la más mínima capacidad de autocrítica.

La caricatura absoluta de la República bananera que trae AMLO en la cabeza como modelo política que aspira a implantar se refleja en su conflicto con el empresario Ricardo Salinas Pliego. AMLO odia que se burlen de su autoridad, porque se ha convencido de que él es el Estado, y no la cabeza del Poder Ejecutivo que comparte el poder del Estado con otros dos Poderes del mismo Estado: el Judicial y el Legislativo.

Su obsesión con “La Investidura” presidencial lo ha vuelto el rey loco de Shakespeare. El Rey Lear quedó absolutamente ofuscado por el poder, a tal grado que a veces se le olvidaba su propio nombre. AMLO se refiere a sí mismo en tercera persona plural cuando se excita, fascinado por sus “hazañas” como gobernante.

No tolera la burla. Pero se permite burlarse de los otros, protegido desde el nido presidencial donde gobierna: la conferencia de prensa de cada mañana. Y habla incesantemente, destilando enojo, coraje, resentimiento, odio, falta de empatía, sorna, desprecio, venganza. Siempre venganza. Es tan vengativo, que tuvo que inventar la frase “la venganza no es lo mío” para tratar de calmar y encubrir sus ansias de venganza. Contra quien sea y por la razón que sea, quiere venganza.

“La Investidura” es su supuesta coraza que lleva como protección presidencial. Cuando alguien, como Ricardo Salinas Pliego, percibe a AMLO como un personaje sin coraza ni protección, el deseo de venganza se le vuelve incontrolable a AMLO. Grita, histérico, como la Reina de Corazones en Alicia en el País de las Maravillas, “Corten su cabeza”.

Ya no tolera que alguien se asuma, tranquilamente, como su par, su igual. Está convencido, ahora sí y con el final de su reinado a la vista, de ser un sujeto dotado de poderes especiales.

Todo su entorno servil lo dice y lo confirma. Y acaricia su poder: puede encarcelar a quien quiera, arrebatar sus riquezas a quien sea, puede ofender a toda la clase media y nadie se defiende. Según él, esas son pruebas de un poder sin límites.

Ricardo Salinas Pliego lo reta y afirma que lo está extorsionando. Como respuesta, el SAT dice que debe pagar 30 mil millones de pesos en impuestos. Pero Salinas sigue criticando la corrupción de su gobierno y la inseguridad en el país. ¿¿Ahh sí??!! Pues entonces te doblo la apuesta!! ¿Te dije ayer que debías 30 mil millones?

Pues resulta que hoy son 60 mil millones. Todos sabemos que son mentiras, juegos, arrebatos. Pero lo relevante del caso es que el Presidente de la República bananera que preside cree que la mejor manera de llevar la cosa pública es infringiendo la ley y ventilando pública e ilegalmente información privada de terceras personas para desprestigiarlas y buscar, así, mermar su credibilidad.

Es el ejercicio de usar todo el poder del Estado en contra de los individuos. Esa no es la conducta de un demócrata que respeta las leyes. Es la conducta de un autoritario, pero bananero, por no decir banal, que tiene un partido doblegado a sus intereses personales y que ha corrompido a los mandos de las Fuerzas Armadas para que lo obedezcan, por si se requieren actos de fuerza para hacer que los que se niegan a entender quién manda aquí. Así se gobierna a una República bananera, con su autócrata frenético al mando.

La clave del poder de AMLO reside, en última instancia, en su uso indiscriminado de la corrupción. La corrupción es el cemento central que cohesiona y mantiene la lealtad de los suyos, de sus legisladores y gobernadores. La corrupción es lo suyo y es la estrategia central que lo sostiene poderoso. Según su tesis de gobernanza, se debe repartir dinero a manos llenas, aunque sea cinismo desbordante, para mantener el poder.

La convicción ideológica más profunda e íntima de Morena es que va a ganar las elecciones porque ha comprado el voto de millones de mexicanos con los programas sociales. Ahí empieza el cinismo corruptor: piensan los morenistas que pueden comprar el poder, y considera que la gente es lo suficientemente fácil de engatusar con dinero que la elección ya se compró.

Después, entre ellos mismos se reparten presupuestos, programas y beneficios. En la Ciudad de México se han dedicado a repartir bienes raíces entre ellos, con propiedades expropiadas o en desuso. Todos ellos son propietarios, desde los tiempos en todos eran perredistas (lo siento, perredistas, pero ustedes saben a lo que me refiero).

Hoy la República bananera requiere de más insumos corruptores, por increíble que parezca. A pesar de haber aprobado el mayor presupuesto de la historia del país para este año electoral, necesitan más. La voracidad del efecto corruptor no ceja: exige más y más recursos, porque ahora existe el temor de que pudieran perder toda o una parte importante de los puestos de elección y, por tanto, perderán el acceso ilimitado al presupuesto público, que ha sido su práctica durante los últimos seis años.

Por eso quiere exprimir a más y más agentes productivos del país. Si pudiera, los expropiaría, pero ya no hay tiempo para ello. Simplemente hay que exprimir a quien se deje: Salinas Pliego, López Dóriga, Ciro Gómez Leyva.

El miedo no anda en burro. Así como Salinas Pliego pudiera estar pensando que los días de la 4T están contados y por eso resiste la andanada en su contra, los más inteligentes entre los morenos saben que el 2 de junio no será un día de campo. El temor dentro de la República bananera de AMLO crece día con día, y, con ello, la corrupción también.

POR RICARDO PASCOE

COLABORADOR
ricardopascoe@hotmail.com
@rpascoep

MAAZ