ARTE Y CONTEXTO

Impresiones estéticas. Hoja de diario de un miércoles por la tarde

La tarde de hoy fue muy divertida y me encantó así que todas las cosas que vi y que viví me están molestando para que escriba sobre ellas, pero es difícil porque encuentro pocas palabras para describir lo que sentí.

OPINIÓN

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Julen Ladrón de Guevara / Arte y Contexto / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Acabo de llegar a la casa, entré corriendo. Apenas estoy a tiempo de entregar mi columna. Desde ayer tenía algunas cosas bocetadas; sólo había que darle una revisada, incluir unas pocas ideas frescas y listo. Pero no, la tarde de hoy fue muy divertida y me encantó así que todas las cosas que vi y que viví me están molestando para que escriba sobre ellas, pero es difícil porque encuentro pocas palabras para describir lo que sentí.

Estas “cosas” de las que les hablo tienen vida propia y son caprichosas, impacientes, pero me tratan bien aunque me exigen demasiado porque son como cachorros consentidos, y es que necesitan que hable sobre ellas para que sigan existiendo. Yo les digo que a pesar de que hoy escriba mi experiencia, máximo unas horas, tal vez un día, pero no les importa porque lo que desean es existir, aunque perezcan repentinamente en cuanto caiga la tarde de hoy.

En fin, hoy estuvo muy lindo el día porque desde temprano me fui al mercado de San Juan Pugibet para hablar con Pedro sobre un libro que deseamos hacer. Resulta que después de algunos años logramos sentarnos con una propuesta editorial acabada y nos pusimos de acuerdo. Le dije cómo me gustaría escribir, coordinar y editar su libro de vida e incluir a su mercado en la narrativa porque sin él, no sería lo que es y todo lo que propuse le gustó. 

Total que llegué a mi cita con él al restaurante de su hijo al mediodía, inmersa en una lluvia que no mojaba, con el cobijo del cielo gris. Este local está a un lado del estacionamiento del mercado y es su oficina, así que es un lugar conocido donde me siento bajo refugio. La luz del temprano día lucía envejecida así que los focos cálidos de toda la calle me hacían sentir reconfortada, como si me abrazara a cada paso que avanzaba.

Cuando terminamos la reunión caminamos de prisa al taller de mi amigo Alarcón para que se conocieran él y Pedro, porque quiero que dibuje algunas cosas para nuestro libro. El Google Maps marcaba tres minutos a pie, pero nos tardamos siete porque tuve que regresarme a buscar una bolsa que traía bajo el brazo que se me cayó por ir corriendo. Me daba igual si la perdía porque sólo llevaba un par de medias que me traje de la casa como quien jala un suéter por si el día se ponía más frío y la encontramos en el suelo. Eso tan simple nos hizo felices, así que retomamos el camino y subimos los cuatro pisos hasta el taller de nuestro amigo saltándose un escalón.

Desde la ventana de Alarcón se ven las copas de los árboles de la calle Ayuntamiento, que es la puerta de entrada al Barrio chino, donde comienza Victoria, la venta de luces y las cantinas de tradición. Pedro y Juan se cayeron muy bien y platicaron mucho pero yo tenía hambre; casi los empujé para irnos a comer una baguette al mercado Pugibet. Entramos como Pedro por su casa y saludamos a Ricardo, un buen amigo pescadero que además es dentista y chamán. Él y yo nos conocemos desde hace al menos quince años y siempre que me siento a comer a su mesa, salgo con algunos amigos nuevos, relaciones interesantes de gente que edita el NY Times, que escribe en el Miami Herald o que tiene años en Le Figaro; recuerdo esas experiencias y me brota una risa que me apapacha.

Comimos delicioso pero al terminar tuve que correr otra vez porque estaba obsesionada con una tela para tapizar color palo de rosa diamantina que vendían en la Parisina y que necesitaba poseer. Hace años quiero tapizar una silla Bauhaus que rescaté de la basura y que deseo poner bonita con esa tela que vi. Llegué a tiempo, compré el último metro cuarenta porque no había más y corrí de regreso para alcanzar a Juan que tenía programa en El Heraldo que está a tres minutos de mi casa.

Encontré un taxi al que le grité desde la puerta de la tienda y se paró para llevarme con alegría y perfección al estacionamiento donde estaba el auto de Alarcón. Todo el día transcurrió deprisa pero feliz, corriendo por el centro de mi ciudad que tanto amo, viendo de reojo las ropas y paraguas chispeantes de diamantina, abrazada por la luz resplandeciente del otoño en ciernes y encantada de llegar corriendo a escribir esta columna que a penas tengo tiempo de entregar. 

POR: JULEN LADRÓN DE GUEVARA
CICLORAMA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@JULENLDG

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