CÚPULA

La bicicleta

Un negocio al borde de la quiebra. Un ingeniero que descubre que es un artista. Un viaje en bicicleta a un mundo entrañable

EDICIÓN IMPRESA

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Si algún día vas a Tlaquepaque, tal vez me encuentres ahí sentado en una banca, siempre traigo sombrero y estoy tocando una canción de José Alfredo Jiménez con mi guitarra. Quizás pienses que soy un mexicano cualquiera, pero antes de hablarte del presente, primero tengo que contarte un poco del pasado.

Hace varios ayeres en un taller, a algunas cuadras de aquí, dos caballeros hablaban sobre las finanzas de un negocio que ya no era negocio. Un hombre canoso, de ojos expresivos y look desenfadado, caminaba de un lado al otro tratando de encontrar la solución entre las paredes o los objetos que se encontraban a su alrededor. De pronto suspiró y dijo:

—Si seguimos perdiendo dinero, vamos a tener que declararnos en quiebra. Debe existir algo que podamos hacer para salvar el taller.

Detrás de él, se apilaban todo tipo de platos y tazas hechos con cerámica de distintos tamaños y diseños, eso sí, todos tenían un estilo mexicano contemporáneo. El contador lo escuchó con atención, puso los papeles sobre la mesa y los analizó durante algunos minutos, al terminar, se quitó los lentes, se frotó los ojos y comentó:

—Los números son muy claros, Rodo, cada día pierdes más dinero, no vas a poder pagar la nómina, lo mejor es liquidarlos de una vez, darles una lana y cerrar el changarro.

El inge, como le decía uno de sus empleados, se terminó de golpe el café y, con un hilo de consternación en la voz, respondió:

—No sé qué ha pasado, pero nada es lo que era. Es demasiado caro exportar, los costos nos están comiendo, no sé qué voy a hacer, lo único que sé es que no puedo dejar a mi gente sin trabajo.

El contador hizo un gesto de tristeza y a Rodo se le cayó al piso la taza de café que traía entre las manos. Cuando se quedó solo, limpió el líquido del suelo y tomó una de las piezas rotas, la observó minuciosamente mientras pensaba que, así como se rompió la taza, así se habían roto sus sueños de llevar las vajillas mexicanas a todo el mundo. ¿Los sueños están hechos de un material tan frágil como la cerámica?

Por azares del destino, la vida llevó a Rodo a Italia a tomar por error un curso que lo haría esculpir sus anhelos de otra forma. En aquel sitio en el que se encontraba por casualidad y causalidad; con una simple esfera como punto de partida, dibujó una figura geométrica sobre un papel y al modelarla le dio volumen y la volvió tridimensional; le puso pies, brazos, sombrero, zapatos y creó a un personaje alegre, repleto de vida, lo montó en dos ruedas y, como toque final, construyó una metáfora inolvidable cuando puso una caja de estrellas en la parte de atrás de la bicicleta, como si este hombre que había creado, pudiera transportarlas de un lugar al otro para regalarlas. En otra escultura, este mismo señor compartía su bicicleta con una mujer y cargaba la luna que había bajado para ella.

Así fue como Rodo descubrió el arte que llevaba en lo más profundo del alma y tuvo la posibilidad de compartirlo con los demás para demostrar el gran orgullo que sentía de ser mexicano. Se dio cuenta que los valores universales como el amor podían transmitirse a través de la arcilla o el bronce y convirtió un taller quebrado en una oportunidad para explotar su creatividad y darle la vuelta a su situación financiera.

Ahora regresemos al presente, en el Centro de Tlaquepaque donde me encuentro, yo soy ese personaje de bronce sentado afuera de la galería, soy amable y simpático, y te estoy esperando con música y alegría para enseñarte lo que los mexicanos llevamos dentro. ¿Qué estás esperando? No te quedes  ahí parado, entra a la galería y súbete a la bicicleta, estás a punto de hacer un viaje al mundo de Rodo Padilla, agárrate bien y no dejes de pedalear.

Por Mariola Fernández

EEZ