CÚPULA

Guiños a Juan O’Gorman

El arquitecto fue un reflejo de las grandes virtudes y múltiples contradicciones del siglo XX en México

CULTURA

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México, circa 1958. Esther McCoy, fotógrafa. Archivo Esther McCoy, Archivos de Arte Estadounidense, Instituto Smithsonian. (Foto: Cortesía de Sofía Margarita Provencio)

Juan O’Gorman arquitecto,

Un artista muy sutil

Con voluntad de albañil,

Fue pintor de fio esmero

Y poeta tilichero.

No hizo casa de cajón

Para acumular dinero.

Por andar de’namorado

Dándoselas de glotón

Se volvió vegetariano

Y esquelético marciano.

Al infierno fue directo,

Hoy reposa en el panteón

Con hambre de tiburón.

Juan O’Gorman, 1957.

 

Escribir sobre Juan O’Gorman puede ser complejo. Hay un mundo de información desperdigada sobre él: a veces sutil, otras veces contundente, muchas veces contradictoria. Tal vez como lo fuera él. Comparto con Juan O’Gorman, uno de los artistas mexicanos más notorios del siglo XX, un particular universo familiar. Me permito hablar de él a través de ese vínculo, a pesar de no haber tenido el gusto de conocerlo en vida. Para cuando nací, él ya había dejado Nuestra Maravillosa Civilización (sus palabras, no las mías) con mucha determinación, habiéndose quitado la vida hace exactamente 40 años, en enero de 1982.

Las herencias familiares, más allá de los genes o las cosas materiales, suelen tener una suerte de aura mística de espejismos y similitudes sorpresivas. En nuestra familia abunda el gusto por lo social, los fumadores, la creatividad (de esa que a veces crea mitos alrededor de los hechos y las anécdotas), los estómagos sensibles y la depresión.

 Esther McCoy, fotógrafa. Archivo Esther McCoy, Archivos de Arte Estadounidense, Instituto Smithsonian. (Foto: Cortesía de Sofía Margarita Provencio)

Comparto una anécdota que pareciera paladín del honor genético. Tiempo después del fallecimiento de Frida Kahlo, con quien Juan sostuvo una estrecha amistad de muchos años, él se declaró en depresión. En su opinión, más allá de los sucesos en su vida personal, esto fue “consecuencia de una infección intestinal” y como resultado, en 1957, ingresó en una clínica donde guardó ayuno durante 39 días. A pesar de las posibles afectaciones a su salud, el tío Juan declaró que dicho ayuno le habría curado la depresión, eliminado la diarrea de su vida y provocado que dejará de fumar. Ese era Juan y en sus peculiaridades encuentro patrones que me dan a entender que compartimos ese incómodo vínculo que uno nota en los vicios heredados, las manías, las necedades y demás.

Encarnación O'Gorman y Cecil Crawford O'Gorman con sus hijos, Edmundo, Juan y Margarita, 1909. Archivo Familiar. (Foto: Cortesía de Sofía Margarita Provencio)

Lejos de la esfera familiar, O’Gorman fue un reflejo de las grandes virtudes y múltiples contradicciones del siglo XX en México. Detrás de los murales de la Biblioteca Central de la UNAM, una de sus obras más singulares, está la esencia de un hombre empedernido, a ratos idealista y enamorado de su país. Nació revolucionario y murió rebelde. Creció en plena guerra civil a pocas cuadras del cuartel Yaqui de San Ángel; años después, ante los esfuerzos del gobierno posrevolucionario por erradicar los vestigios del Porfiriato formó parte de una generación de artistas jóvenes, quienes con el modernismo reinventaron parte importante de la estética oficialista. El funcionalismo, del cual fue un creyente radical, le permitió participar del incipiente proyecto educativo nacional, a través de sus Escuelas de 1932, con la firme convicción de aplicar “el máximo de eficiencia con el mínimo de recursos”.

En 1938, mucho antes de que la terrible masacre que fuese el holocausto fuera evidente para el mundo, fue censurado por retratar peyorativamente a Adolfo Hitler y Benito Mussolini en un mural comisionado para el nuevo Aeropuerto de Balbuena. Poco se imaginaba que este hecho lo llevaría eventualmente a Estados Unidos, convocado por Edward Kauffman, donde coincidiría de cerca con el trabajo de Lloyd Wright y, eventualmente, desistiría del funcionalismo con una dura crítica a la llamada arquitectura internacional. A través de la arquitectura orgánica y una suerte de amalgama con algunos dejos del paradigma corbusiano, buscó una arquitectura regional, que reflejara la historia de México. A pesar de la dolorosa destrucción de su Casa Cueva, su gran manifiesto regionalista, aún se pueden apreciar parcialmente en sus intenciones en la Anahuacalli, proyecto que realizó con Diego Rivera.

Guapo, bien vestido y con don de palabra, le sobraba popularidad con las mujeres, la cual se compensaba con el desprecio ocasionado por las constantes riñas en las que se veía envuelto con colegas, amigos y familiares. Dijo haber subido hasta el punto más alto de la Catedral para conquistar a una enamorada, desafortunadamente sin éxito alguno. Y existen abundantes notas de periódico de sus dimes y diretes con Siqueiros y Tamayo, entre otros. Nunca fue tibio. Tenía una particular tendencia por los extremos. Expresaba su opinión sin miedo al desacuerdo o a la contradicción.

A pesar de cierta contrariedad, nunca desistió de una profunda crítica a los abusos del capitalismo, la cual hoy está más vigente que nunca. No sé qué tan orgulloso estaría del estado actual de este mundo que abandonó por voluntad. En 1970, poco más de una década antes de morir, trabajaba en el fresco de Madero del Castillo de Chapultepec y dictaba sus memorias. A pesar de vivir principalmente de sus cuadros de caballete, deseaba para su futuro poder pintar más frescos y murales. “...pintar frescos y murales será ganar menos, pero dejarle a México un poco más”. Con ese Juan me quedo.

Hoy descansa en la Glorieta de las Personas Ilustres en el Panteón de Dolores. Desconozco la fecha en la cual sus restos fueron ingresados; a falta de decreto asumo que fue antes de 2003, año en el que se publicaron en el Diario Oficial las bases y procedimientos que rigen la Rotonda. Ello implica que sucedió antes de que su hermano, el historiador Edmundo O’Gorman, fuera también admitido en el prestigioso club exánime en 2011. La relación de los hermanos O’Gorman fue compleja. Ante dicha competencia póstuma, de haber palco desde el cual los muertos observen lo que hacemos los vivos, seguramente el resultado le ha provocado a Juan una mueca traviesa, donde sea que esté.

Por Sofía Margarita Provencio

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