Ana María Torres ya usa, en el dedo anular de la mano derecha, el anillo que la acredita como miembro del Salón de la Fama más importante del mundo, el de Canastota, Nueva York, y a 15 días de su entronización no puede parar de sonreír al recordar lo que le tocó vivir como la segunda mexicana contemplada dentro de la lista de inmortales.
Hoy el Martes de Café, del Consejo Mundial de Boxeo, se trasladó al diamante de la Liga Mexica -al sur de la Ciudad de México- para festejar a la excampeona mundial supermosca.
"Es una grande campeona de la historia, es una dama que conozco desde muchos años atrás, fui testigo de su enorme sacrificio y su determinación, lágrimas y peleas como guerrera. Es un orgullo para México, para el Consejo Mundial de Boxeo. Mi papá la quiso muchísimo y siempre estuvo en su esquina", dijo en entrevista con El Heraldo de México, Mauricio Sulaimán, titular del CMB.
Ana María decidió hacer su festejo, junto a sus hijos Cristóbal Rogelio y Julio Enrique, peloteros de la Liga Mexica, en la categoría de 10 años. Ellos vienen de conquistar su primera victoria en la Liga luego de una larga sequía.
"Mi hijo estaba muy emocionado porque él quería entrar, estaba seguro de que iba a ser campeón y que mejor que festeja junto a él. Que los niños tengan esa inspiración para que ellos piensen en ser grandes", finalizó.
Ahora, alejada del ring, pero cerca de los gimnasios donde se encarga de entrenar a las nuevas generaciones, La Guerrera aseguró que buscará seguir apoyando a los jóvenes que vienen detrás, pues ella es la muestra de que un deseo se puede convertir en realidad.
A 25 años de su debut profesional, como una de las primeras profesionales femeniles en la CDMX, Torres ve con agrado el reflejo de su trabajo, pues ahora su nombre forma parte de esa pared de inmortales.