REPORTAJE ESPECIAL

"Que mi flaquita me cuide": al interior del culto a la Santa Muerte en el corazón de Tepito

El Heraldo Digital hizo un recorrido por las entrañas del Barrio Bravo, exactamente en el altar donde miles buscan purificar sus energías

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La Santa Muerte es celebrada cada primero de mes en donde cientos de personas le llevan ofrendasCréditos: Ana Paula Vázquez

Tepito se ha vuelto un lugar muy conocido por sus puestos de micheladas, azulitos y mojitos; cada vez hay más personas que dejan atrás el miedo sobre este barrio y deciden tocar sus periferias para probar aquellas famosas bebidas, a pesar de la popularidad y gentrificación que ha ganado este lugar, aún hay muy pocos que se atreven a adentrarse más allá de los concurridos locales donde el reggaetón hace retumbar el pecho.

La Shenka, fotógrafa documentalista, es de las pocas personas que ha sido adoptada por el barrio y siendo guiada por la fe y misticismo que rodea la emblemática figura de la Santa Muerte decidió dar a conocer una tradición que cada primero de mes revive. Con más de dos años en contacto con Tepito y las personas que habitan en él, la Shenka brinda talleres prácticos en donde, con cámara en mano, las personas que deseen inscribirse pueden entrar al barrio y así conocer cómo se vive una tradición de resistencia y puro amor.

Es un espacio de dolor y lamento

Mientras caminábamos desde el Centro Histórico hacia la línea invisible que marca el inicio de Tepito, las calles comenzaban a sentirse diferente a pesar de que el lugar parecía ser el mismo y, de un momento a otro, nos sentimos ajenos al ajetreo que existía en el tianguis. Habíamos entrado al barrio en donde cada día nacen nuevas leyendas urbanas sobre sus adentros y aunque tratamos de volvernos invisibles ante las personas que pasaban a nuestro lado, los prejuicios de entrar al “barrio bravo” con una cámara en la mochila, nos comían.

La Santa Muerte se ha convertido en un símbolo en el que miles de mexicanas y mexicanos vacían su fe y lejos del miedo que muchos otros sienten al ver aquel esqueleto acompañado de una guadaña, para las y los creyentes de ella existe una inmensa paz al reconocerse como sus protegidos, afirmando que mientras ella los cubra con su poderoso manto, nada ni nadie podrá hacerles daño.

La Flaquita no niega la entrada a nadie.
Fotografía: Ana Paula Vázquez

Bajo esta explicación rápida dicha por la Shenka, los que buscábamos conocer las historias de otros a través de fotografías nos tomamos de las manos y cerramos los ojos, estábamos cerca de la calle Alfarería, en donde se encuentra el altar de Doña Queta, una mujer que desde hace más de 20 años construyó un refugio de fe a las afueras de su casa, lugar que se ha convertido en un santuario para las personas que mes con mes van a agradecerle a La Flaquita todo lo que les ha dado.

La energía de ahí es pesada, porque es un espacio de dolor; es un espacio de lamento, un espacio de resistencia, un espacio de tener estas bocanadas de aire que te cuestan porque quieres seguir viva, vivo, vive, expresa Claudia Aragón, creyente de la Santa muerte y psicoterapeuta.

Mientras el ruido de la avenida y las plegarias de las personas nos envolvían, la Shenka nos pidió dejar todo lo que no nos servía allá en el altar, nos rogó tener la mente abierta ante el movimiento de energías que se extendía por toda la calle y escuchar las historias de las personas, pero, sobre todo, nos dijo que el conocer a La Niña podía ser nuestra oportunidad para cerrar los ciclos que aún dolían, porque la Santa Muerte no sólo simboliza el fin de la vida, sino el cierre de caminos que ya no queremos sufrir.

La Santa Muerte es vestida de diferentes colores de acuerdo a lo que se le pida.
Fotografía: Ana Paula Vázquez

Con los ojos medio llorosos y un nudo en la garganta, sacamos las cámaras y caminamos todos juntos hacia el inicio de la calle, así comenzó nuestra peregrinación. A diferencia de los templos, el silencio solemne y triste no existía en este trayecto, ahí se celebraba la vida y con gritos y porras dirigidas hacia La Flaquita se agradecían las peticiones que, al pie de la letra, ella les ha cumplido en muchas ocasiones.

La Flaquita, un símbolo de protección

Las personas llenan de flores el altar y abren camino para quienes, de rodillas, cumplen su manda.
Fotografía: Ana Paula Vázquez.

A lo largo de la calle se podían ver decenas de altares improvisados que marcaban el camino hasta la casa de Doña Queta. Mientras ellos se posaban en el suelo, el centro de la calle se dividía en dos sentidos que contenían a las personas que iban y venían desde el altar, pero entre ese ir y venir de voces y estatuillas la constante era el compartir con los demás.

Acompañado de un “que mi Flaquita te cuide y proteja”, las personas intercambiaban dulces, varitas de incienso o estampitas de la Santa Muerte, mientras rociaban sus figuras con licor y las ahumaban con humo de marihuana o puro, esto con el fin de purificar las energías que había absorbido su Niña con el pasar de los años.

Entre la multitud de plegarias, una mujer miró a mi cámara mientras abrazaba con firmeza a su Flaquita, quien vestía una túnica roja brillante con un búho colgado de su cuello, en su mano derecha sostenía al mundo mientras que en la otra llevaba la guadaña. Entre porras para La Niña y cadenas de oración para las personas que iban cumpliendo una manda de rodillas, me dijo que se llamaba Claudia y aunque viene de Perú, el barrio la adoptó hasta dejarla llegar al altar de la Santa Muerte y ser protegida por su manto.

Claudia y su Flaquita esperando para llegar al altar de Doña Queta.
Fotografía: Ana Paula Vázquez

Claudia Aragón afirma que no sabe cuándo supo de la existencia de la Santa Muerte, pero recuerda haber tenido una alumna mexicana a la que le pidió su primer Flaquita, la misma que muestra en la foto. Claudia piensa que La Niña la eligió y desde entonces la ha protegido porque, gracias a ella, pudo cumplir su sueño de migrar a México y sentirlo como un hogar más.

Me acuerdo que cuando vi a La Niña, me paré, me arrodillé, le agradecí y estaba tan emocionada que me pongo a llorar […] siento que en ese momento algo en mi cambió, explica Claudia Aragón en entrevista con El Heraldo Digital. 

Fue en el año 2018 cuando llegó a México y como forma de agradecer se internó en Tepito (con la compañía de un amigo) para llegar hasta el altar y cumplir ahí sus 30 años; mientras se encontraba frente al altar le pidió dejarla quedarse en el país y a cambio, ella hablaría del amor y devoción que le tenía. A partir de ahí, el barrio de Tepito la adoptó como una hija más y en lugar de tener miedo al caminar en esa zona, sintió la protección de La Niña.

Claudia vivía cerca de Tepito y cada primero de mes iba a visitar a La Flaquita.
Fotografía: Claudia Aragón.

La energía sanadora de la Flaquita

Mientras el olor a flores y marihuana se fundía con los gritos de alegría por los que cumplían su mandan y se arrodillaban frente a su Flaquita para agradecerle por todo lo dado, Claudia explica que ha logrado complementar su vida profesional con sus creencias personales ya que es psicóloga, psicoterapeuta, sanadora y mujer medicina, por lo que la energía que La Niña le manda, la usa para protegerse cuando se encuentra en medio de los rituales de sanación. Entre estas dos perspectivas ha logrado complementar su formación como psicóloga con la sanación espiritual que le ha brindado esta deidad.

Mientras los altares están en el piso, las personas purifican a sus Niñas.
Fotografía:  Ana Paula Vázquez

Es así como Claudia afirma que sus ancestras conviven pacíficamente con La Niña, porque además de ser sus protectoras, todas ellas han sido llevadas por La Flaquita. Cuando ella se encuentra dando terapias, sabe que no sólo se reduce a la experiencia profesional, sino que ésta debe ser brindada desde una mirada integral en donde se cuestione el género y las opresiones estructurales que cada persona vive y dentro de este círculo también usa la energía sanadora de la Santa Muerte, quien aparte de protegerla espiritualmente de cualquier agresión que pueda sufrir, también la ayuda a canalizar sus emociones y las de las pacientes, logrando así una sanación mágica y completa.

Y ahí, en el momento de la niña, aunque todos somos muy distintos, todos somos muy iguales también porque hay un sueño, un dolor, una penitencia, una promesa… que nos junta, comenta Claudia.

De esta forma y acompañada desde siempre por su Flaquita, Claudia ha logrado desarrollarse profesional y sentimentalmente ya que sabe que ella le ha traído personas que la acuerpan y ayudan cuando siente que ya no puede seguir existiendo, a cambio del agradecimiento y el crecimiento espiritual que, desde hace ya bastantes años, ha tenido. Cuando por fin llega frente al altar de La Niña, Claudia le deja como ofrenda flores frescas y en sus ojos se puede ver la paz que sólo ella podría brindarle, prometiéndole que regresará a México para visitarla cada primero de mes.

Claudia no recuerda cómo conoció a La Niña, pero sabe que ella la cuida.
Fotografía: Claudia Aragón.

El tiempo avanzaba a la par de la multitud que, a pesar del cielo nublado, continuaba llegando. Las niñas y los niños se mostraban emocionados de realizar sus primeros tributos a La Flaquita que han conocido durante toda su vida y mientras los cristales temblaban al son de “¡La Santa! ¡La Santa!”, un hombre hacía mano de su estopa para aguantar el camino de rodillas hasta el altar, porque uno de los más grandes gestos de amor de la Santa Muerte hacia sus hijas e hijos es el no juzgar la vida que llevan, sólo acompañarlos en el camino.

Las lágrimas y el dolor nutrían aquellas procesiones, así como las risas y el alcohol usados para venerar a su Niña y aunque muchas cosas se cuentan del Barrio de Tepito, la realidad es que todas ellas están bañadas de estereotipos clasistas y racistas porque cualquiera que esté dispuesto a escuchar, puede conocer las historias de quienes llevan a La Flaquita tatuada en la piel y el corazón, todos y cada uno de ellos están dispuestos a posar, orgullosos, con su razón para vivir.

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