A partir de los 40 años de edad el cuerpo humano comienza un proceso de transición en el que una juerga, una caída o un descuido en la salud, puede significar una visita al hospital y un punto sin retorno en el que la salud juega ya un tema fundamental.
En la actualidad escuchar casos de diabetes, hipertensión, tumores malignos, dislipidemia (grasas en la sangre), afecciones cardíacas son cada vez más comunes e hombres y mujeres jóvenes, quienes por su rutina laboral o por la convivencia en grandes urbes, ven minada su salud y muchas veces sin darse cuenta y a pesar de eso, no se atienden por la necesidad de cumplir sus compromisos laborales o personales.
Tanto hombres como mujeres luego de pasar la barrera de los 40 años, se enfrentan a situaciones a las que no se habían enfrentado anteriormente y que causan desde luego preocupación y chequeos constantes en el médico, así como cambio en las rutinas de alimentación y de ejercicios.
Pasados los 40 años estamos dentro de lo que llamamos la “mediana edad”, esto es, no somos viejos, contamos con las capacidades físicas necesarias y una salud más o menos buena, pero tampoco somos unos adolescentes que podemos salir pronto de una enfermedad o una lesión.
Es por eso, que a partir de este periodo comenzamos a familiarizarnos con chequeos médicos e información sobre algunas enfermedades que comienzan a marcar nuestro futuro.
¿Cuáles son las enfermedades?
De acuerdo con las estadísticas del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), en México las principales causas de muerte entre el segmento de los 40 a los 49 años de edad, son las enfermedades del corazón, la diabetes mellitus, los tumores malignos (cáncer), enfermedades del hígado y las isquemias (enfermedades cerebro vasculares) y como un caso excepcional, al menos de enero de 2020 al mismo periodo de 2021, es el caso del Covid-19 y las enfermedades respiratorias, llámese neumonía o influenza.
Para poder prevenirlas es necesario reconocer primero nuestra historia genética, además de hacernos un chequeo general y estar al tanto de todos esos síntomas o “señales” que nuestro cuerpo nos da.
Cambiar la rutina, dejar el sedentarismo, hacer ejercicio, quizá no seamos el atleta más portentoso del mundo, pero si logramos el objetivo de caminar más, dejar el carro en casa y sacar la bici, comer menos garnacha y hacer pausas cuando estamos trabajando, podríamos hacer la diferencia.
Ciertas enfermedades “silenciosas” como la dislipidemia, no presentan síntomas, al igual que la hepatitis, sin embargo, cuando detonan nos pueden poner en un estado de indefensión prolongado, mientras recuperamos el control de nuestro cuerpo.
Por eso es necesario llevar a cabo cambios en nuestro estilo de vida, con una dieta rica en frutas y verduras, agua, cero tabaco y reducción en el consumo de alcohol, grasas saturadas y tratar de llevar una rigurosa rutina para tomar los alimentos, así como hacer ejercicio, o por lo menos, habituarse a mantenerse activo y dejar de lado la flojera, además de eliminar el alto consumo de azúcares, harinas y alimentos procesados.
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