Con la pandemia de coronavirus que cambió la vida tal y como la conocíamos, desde el año pasado hay una sensación predominante en el mundo: un sentimiento de vacío, en donde solo se ve la vida pasar sin rumbo fijo. No hay depresión pues millones agradecen por estar bien, pero tampoco hay entusiasmo o emoción. Esa sensación tiene un nombre y se llama languidez.
Mientras los científicos y médicos trabajan a marchas forzadas para combatir las muertes y efectos que causa la Covid-19, millones de personas que no estaban preparadas para el repentino aislamiento, la pérdida de contacto físico con familiares o amigos, e incluso el rompimiento de la rutina, ahora lidian con los consecuentes problemas emocionales.
Al inicio de la pandemia, la sensación predominante de la sociedad era el miedo por contagiarse o que alguno de sus familiares lo hiciera. La desorientación también jugó un rol importante, ya que no muchos sabían cómo actuar exactamente.
Sin embargo, conforme pasaron los meses y hubo más información, llegó el estancamiento después de haber probado de todo para mantener los ánimos: tutoriales de esto y aquello en casa, cocina, manualidades, reparación del hogar, cursos de idiomas, entre muchos otros aprendizajes.
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Debido a que la pandemia se prolongó más de lo que todos los gobiernos anticipaban, la languidez comenzó a hacer de las suyas, y tal vez llegó para quedarse, al menos por un año más.
¿Qué es la languidez?
De acuerdo con el psicólogo Adam Grant, la languidez es el vacío entre la depresión y el bienestar: la ausencia de bienestar.
"No tienes síntomas de enfermedad mental, pero tampoco eres la imagen viva de la salud mental. No estás funcionando a toda máquina", escribió Grant para The New York Times.
El autor explica que el languidecimiento empaña la motivación, altera la capacidad de concentración y triplica las probabilidades de que las personas reduzcan el trabajo.
El término fue acuñado por Corey Keyes, un sociólogo a quien le llamó la atención que muchas personas que no estaban deprimidas tampoco prosperaban.
Incluso, una investigación de Keyes sugiere que las personas con más probabilidades de padecer depresión grave y trastornos de ansiedad en la próxima década son quienes languidecen ahora mismo.
Esto se debe a que cuando uno languidece, se vuelve indiferente a su indiferencia, dice Grant. Y como las personas en este estado no pueden ver su propio sufrimiento, tampoco buscan ayuda.
Para combatir esta emoción y mejorar nuestro ánimo, Grant propone dedicar un tiempo diario para concentrarnos en pequeñas pero retadoras tareas que acaparen toda nuestra atención.
No importa si no son productivas o no nos dejan aprendizajes nuevos: puede ser un juego que agilice la mente, un proyecto personal, un deporte, pero también un maratón de series o una conversación significativa.
"Al reconocer que muchos de nosotros languidecemos, podemos empezar a darle voz a la desesperación silenciosa e iluminar un camino para salir del vacío", concluye Grant.
CRS