Para mi columna del día de hoy, estimé importante volver a abordar el tema de lo que ocurre en Venezuela para que los mexicanos lo tengamos muy presente.
El 28 de julio, los ciudadanos venezolanos optaron por el cambio. Votaron por el candidato de la oposición, Edmundo González Urrutia, y este ganó. Sin embargo, el presidente Nicolás Maduro, junto con su Consejo Nacional Electoral, su Tribunal Supremo de Justicia y su Fiscalía General, no han reconocido la derrota. Se han aferrado al poder.
Para todo fin práctico —y democrático— poco ha importado que Maduro y el oficialismo no hayan entregado ni publicado las actas de votación como le exigía la norma constitucional de ese país (y gran parte de la comunidad internacional). Tampoco que la oposición haya mostrado, esta sí con actas en mano, la inequívoca victoria de González.
La Organización de Estados Americanos, a pocos días de haberse celebrado las elecciones, realizó una reunión entre sus miembros para buscar una solución al conflicto político en Venezuela. El esfuerzo no sirvió de nada, empezando porque países como el nuestro decidieron no participar…
Al respecto, sorprende que, de una América Latina supuestamente unida por la libertad, el único presidente de izquierda que ha señalado de manera clara y sin ambages el fraude electoral orquestado por Maduro haya sido Gabriel Bóric de Chile. Aduciendo imparcialidad y respeto a la autodeterminación del pueblo venezolano, los posicionamientos de los gobiernos de Gustavo Petro (Colombia), Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil) y López Obrador han terminado por apoyar a Nicolás Maduro. Continuar repitiendo, después de un mes, la exigencia de que dicho mandatario muestre las actas de cómputo electoral, en la práctica se ha traducido en comprarle tiempo al oficialismo de aquel país.
El silencio ha terminado por ser cómplice de un tirano que ahora, doblemente envalentonado, ha recurrido a lanzar una orden de aprehensión en contra de González Urrutia. Los “crímenes” de los que se acusa al opositor son: conspiración, usurpación de funciones, terrorismo e instigación a la desobediencia civil. Una jugada perversa para vulnerar la integridad de quien obtuvo la victoria en las urnas.
Y mientras Maduro persigue al demócrata y se autoproclama triunfador de las elecciones, ¿qué hace la comunidad internacional? En lugar de ponerle un alto —así sea desde el punto de vista de las relaciones diplomáticas—, lanza una advertencia sin fuerza ni mayor significado real: encarcelar a Edmundo González “será el final de Maduro”…
¿Cuántas veces Maduro se ha burlado de los países del mundo? Las mismas veces que ha pisoteado a la propia sociedad venezolana. ¿Cuántas son las ocasiones que ha culpado a los extranjeros o a la oposición de los muy serios problemas que hay en Venezuela? Todas; se ha perdido la cuenta. Para que en esta ocasión ocurra algo distinto no bastará la resistencia de un pueblo; gobiernos, pero también sociedades enteras de países como México, deben presionar de manera formidable y contundente. Desafortunadamente, no veo que ello esté ocurriendo.
¿Qué medidas deben exigir los pueblos democráticos del mundo a sus autoridades para garantizar que Maduro deje el poder? ¿Qué ruta de salida se está preparando para él opte por huir de Venezuela? A la par, ¿qué medidas de apoyo y de protección se le están facilitando a la oposición venezolana y concretamente a Edmundo González y Corina Machado? ¿Cuál debe ser la posición que deben asumir los medios de comunicación de naciones democráticas? ¿Cómo es posible que mismo en nuestras naciones latinoamericanas se difunda más información sobre la petenera de Maduro de adelantar Navidad al 1 de octubre, que las acciones de resistencia de la población venezolana?
Más allá de la publicidad que nos abruma, se requiere que la comunidad internacional se haga cargo de presionar al dictador de forma creíble.
Me temo que hemos abandonado a Venezuela a merced del sátrapa de Maduro. Espero equivocarme y ocurra un milagro.
POR VERÓNICA MALO GUZMÁN
COLABORADORA
VERONICAMALOGUZMAN@GMAIL.COM
PAL