La mayoría de México se siente cómoda con el lopezobradorismo: con sus valores y simbolismos; con sus premisas y contradicciones; hasta con su humor y sus prejuicios. Los triunfos del populismo en 2018 y 2024 no son algo extraordinario en nuestra marcha nacional. Lo verdaderamente excepcional –es triste reconocerlo– fue ese breve lapso democrático-modernizador de tres décadas, que hoy se evapora.
Más que una transformación, la consolidación del lopezobradorismo es un regreso al espacio político, moral, psicológico, donde nuestro país ha vivido y se ha sentido más a gusto durante la mayor parte de nuestra historia: la entrega fácil a un poder abusivo pero paternal, antes que la labor engorrosa de construir instituciones y respetar leyes; el miedo a lo extranjero; el victimismo como atajo para justificar el atraso en vez de superarlo; el escepticismo a la ciencia; la predisposición a contrasentidos como resignarse a una pobreza lacerante, pero soportable mientras sea pareja.
Sin dejar de reconocer los agravios legítimos y fallas innegables, las insuficiencias de los últimos 30 años no alcanzan por sí solas para explicar el presente. Cierto, los abusos y la corrupción persistían, pero jamás hubo tantas libertades y derechos como tras la transición democrática. Sin duda, las carencias no se acabaron, pero nunca existieron sistemas de salud o programas sociales tan amplios como los creados por la “tecnocracia”. Por supuesto, la desigualdad material es una realidad ominosa, pero el país es hoy mucho más próspero que antes de la apertura comercial y el libre mercado.
Algo que caracteriza a la tradición demócrata y liberal –como filosofía y práctica– es su optimismo respecto a la naturaleza humana. Creemos en la razón, y suponemos que cualquier persona a quien se le ofrezca información, datos y argumentos, apreciará las virtudes del proyecto que defendemos. Confiamos en que, teniendo la libertad de elegir, la mayoría lo hará con base en los hechos, ponderará costos y beneficios, que no hipotecará su futuro por paliativos efímeros o discursos vacíos.
La realidad demostró la ingenuidad de ese entusiasmo, que no pudo, o no quiso, reconocer ni contener otras pulsiones profundas, arraigadas en nuestra historia y cimentadas por décadas de socialización en una cultura política estatista, clientelar y parroquial, que tres de modernidad no alcanzaron a cambiar. Para la mayoría, por convencimiento o desinterés, aquella frase que Mario Moreno expresó como caricatura hoy es veredicto: “Estamos peor, pero estamos mejor. Porque antes estábamos bien, pero era mentira. No como ahora que estamos mal, pero es verdad”.
La semana pasada, el dictamen de la iniciativa que extinguirá los organismos autónomos se aprobó en las comisiones del Congreso. Ayer por la madrugada, los diputados aprobaron, en el “pleno” de un gimnasio, la reforma que acabará con el poder judicial independiente. Todo esto, bajo los ojos de un país mayoritariamente ajeno y en calma. Algo similar ocurrirá con el resto del “plan C”.
Así, aplastada por la abyección de una mayoría legislativa ilegal, arropada por la tolerancia de una mayoría social indiferente, con una oposición institucional enana, con una resistencia cívica valiente pero minoritaria, agoniza el experimento democrático mexicano.
Hay, con todo, alguna esperanza: que las generaciones que nacieron en democracia no se resignen a crecer, criar a sus hijos y envejecer en el autoritarismo. Los datos de la última elección muestran que los jóvenes respaldaron mayoritariamente el continuismo. A la vez, fueron jóvenes quienes en gran medida se movilizaron con más fuerza estos últimos días en las calles.
La juventud no es inherentemente negativa o virtuosa; pero quizá, por convicción o al menos interés personal, esas generaciones para quienes las libertades y derechos de un régimen abierto y plural son una segunda naturaleza, reaccionen ante quienes los están cancelando, sepan defenderlos y logren liberarse de esos patrones históricos arraigados en el inconsciente nacional. Si quienes se forjaron en la democracia, la alternancia y la ruta de modernización, no las reivindican, habrá hegemonía para rato. La última vez duró unos 70 años.
POR GUILLERMO LERDO DE TEJADA SERVITJE
COLABORADOR
@GUILLERMOLERDO
PAL