Roberto Turnbull (1959) referencia obligada del desenfado visual y plástico contemporáneo en nuestro país, nos convida en su exposición “Sputnik” (en ruso, satélite y/o compañero de viaje) de Acapulco 62 un intenso, aunque breve, recorrido por su fábrica gráfica, que supone la revisitación y ensamblaje de placas antiguas con motivos e intenciones actuales.
Este viaje desde el territorio de colores de paleta baja hasta su anulación en piezas monocromas se ve acompañado, acaso interrumpido, para bien se entiende, por una escultura, a la que los asistentes bautizaron en honor al primer satélite artificial lanzado al espacio exterior por los soviéticos un 4 de octubre de 1957 desde el cosmódromo de Baikonur en Kazajistán y una suerte de collage que exhuma juguetes infantiles de carácter popular y caricaturesco con un dejo propio de una caja de trucos eróticos añorantes de miedos y pesadillas. Pocas obras, pero eso sí, bien acicaladas.
Renovación, aliteración, metamorfosis, detonada por el encierro de la pandemia que se basa en la exhumación de planchas de más de una década de existencia, devenidas referencias de un vocabulario estético profundamente personal y a ratos oscilante entre ser manifestación inquietante o expresión entrañable, resignificadas con intervenciones de nuevo tipo, innovaciones que renuncian a la saturación de la geografía icónica.
Artista pepenador (del náhuatl, persona que escoge y recoge desechos) que recurre a desperdicios y recortes acrílicos para salvaguardar el derecho que asiste a los dibujos y a las imágenes para seguir existiendo en invenciones de sentido y en homenajes de imaginería. Brozas que expían el olvido, redimiendo a su creador, quien piensa y postula entes y objetos materializables seis días a la semana para dedicarse el restante a su orquestación y alumbramiento plenos.
“Sputnik” alude a un hallazgo y rescate: el del encuentro sideral de dos artefactos espaciales en un grabado que olvidara Felipe Ehrenberg (1943-2017) en un taller que frecuentaran en momentos dispares ambos forjadores de aventuras plásticas. Y este gesto perdura en el salvamento realizado por Turnbull, asistido por el impresor Francisco Cabrera, donde se funde y cohabita con un desfile de sus dibujos, símbolos y emblemas, procedentes de un sinfín de soportes atesorados.
Humor, pruebas de “laboratorio”, ludismo infinito, tentativas de taller, que demuestran su fertilidad en los partos de las estampas. Como siempre, en esta exposición vivifica la novedad inquietante de su mirada, que ha sido justipreciada muy especialmente en sus muestras del Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México (“Miscelánea”, 2000; “Caza furtiva”, 2008).
El espacio de exhibición de Alfonso Mena y Boris Viskin, refinados artistas plásticos generosos con sus colegas de gremio, se sitúa en la Santa María la Ribera, alameda y quiosco morisco de por medio, frente al Museo de Geología, obra del arquitecto Carlos Herrera López y el ingeniero José Guadalupe Aguilera Serrano, construido en igrimbita volcánica de la cantera de Los Remedios (estado de México).
Fundado en al despuntar de febrero de 2018, Acapulco 62 se encuentra en Dr. Atl 217, esquina Manuel Carpio, colonia Santa María la Ribera, alcaldía Cuauhtémoc, CP 06400, CDMX. Pasaje donde apreciarán el montaje de los aportes visuales de Roberto Turnbull, quien no se cansa jamás de jugar, reflexionar, experimentar y encontrar nuevas soluciones a viejos problemas de la creación.
Enorme recinto cultural que desborda el diminuto espacio físico que habita, gracias al talento de sus promotores-propietarios y a la calidad de los artistas que por allí transitan y deambulan. Larga vida.
POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
EEZ