COLUMNA INVITADA

El Inge Walther

Se le distingue por su sombrero blanco y su porte elegante, aunque estuviera recorriendo los polvorientos caminos que unen ejidos y colonias del Valle de Mexicali

OPINIÓN

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Antonio Meza Estrada / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Se le distingue por su sombrero blanco y su porte elegante, aunque estuviera recorriendo los polvorientos caminos que unen ejidos y colonias del Valle de Mexicali. Por cierto, quizá allí está la primera división de clases: en la posesión de la tierra: personas con recursos llegaron y compraron tierra de cultivo, crearon “colonias”, pequeñas propiedades y les fue bien. Otros, fueron llevados como leva, para abrir y poblar el valle, para crear “ejidos”, tierra social o colectiva, y evitar que los extranjeros lo poseyeran o, junto con la Baja, terminara siendo una estrella más de la bandera norteamericana.

El ingeniero Walther platicaba con todos; un poco en voz alta, porque sus años finales anidó una incipiente sordera. Pero la pluma y la memoria nunca le fallaron. Fue sin duda alguna el cronista del Valle y de la península.

Fundador del Instituto de Historia y de la Revista especializada en el tema llamada “Calafia”. Promotor de la asociación de las tres Californias, donde concurrían los estudiosos de esos territorios y a la vez, se presentaban estudios y proyectos para el cultivo y fomento de la “californeidad”, la identidad común en el origen de los primeros pobladores y luego la presencia jesuítica que semi evangelizó la región. Gestionó, vio y vivió el tránsito de un propósito a una realidad exitosa: la universidad del estado 29. Pero también, vivió las crisis de la región, como la salinidad del Río Colorado, las inundaciones del 59 y del 86; el conflicto por la propiedad originaria de Tijuana y los experimentos políticos del centro en la entidad a costa de la población local.

Uno de sus últimos empeños fue hacer una monografía sobre “Pueblo Nuevo”, esa porción occidental de Mexicali donde hizo su niñez Ernesto Zedillo. ¿Habrá -me pregunto- alguna calle, monumento, plazuela donde esté el nombre de ese gran y discreto historiador, ingeniero Adalberto Walther Meade? Quien, por cierto, nunca vivió del erario público, más bien la subsistencia de él y su familia, la obtuvo de su profesión.

POR ANTONIO MEZA ESTRADA

COLABORADOR

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