RADAR DE LIBROS

El arte de la entrevista

Las de Montero son entrevistas que buscan “viajar al interior” de la subjetividad de sus entrevistados

OPINIÓN

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Carlos Bravo Regidor / Radar de libros / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Entrevistar es tratar de entender algo primordial de la persona a la que estás entrevistando, prestarle atención a todo lo que comunica, lograr sacarle la savia del motivo por el cual buscaste entrevistarla. Se trata de ella, no de ti: de escucharla; de pensar en lo que te está diciendo, no solo esperar a que deje de hablar para hacerle tu siguiente pregunta; de saber reaccionar, al margen del cuestionario que preparaste con antelación, frente al rumbo inesperado que de pronto puede tomar un intercambio genuino. Lo peor que puedes hacer, advierte Rosa Montero (Madrid, 1951), es querer derrotar a tu entrevistado, hacerte el listo.

“Esto último me parece uno de los comportamientos más imbéciles que puede tener un entrevistador”, dice Montero en el prólogo de El arte de la entrevista. 40 años de preguntas y respuestas (Debate, 2019). Tú estás ahí para registrar, no para figurar. “Da lo mismo que el entrevistado sea impertinente o grosero contigo; no te lo puedes tomar como algo personal, no te estás jugando ahí tu honor, de la misma manera que un psicoanalista no se juega el suyo en la agresividad de su paciente. De hecho, que el entrevistado pierda los modales o los nervios puede ser estupendo para ti, porque está rompiendo su coraza y dejándote ver su intimidad”.

Las de Montero son, como ella misma las llama “entrevistas de personalidad”. No buscan una declaración oportunista para los titulares del día siguiente, tampoco amarran navajas por el gusto de crear polémica. Lo que procuran, más bien, es generar una atmósfera propicia para “viajar al interior” de la subjetividad de sus entrevistados, para conocer “cómo sienten la vida” y cómo viven, en primera persona, la historia de la que son protagonistas. No es que la entrevistadora sea blanda o complaciente con ellos, siempre exige, por momentos incluso los llama a cuentas, pero tiende a hacerlo inclinándose más por la vía de la complicidad que del combate.

Pero la suya no es una complicidad que se base en querencias ni concesiones, sino que se construye sobre un trabajo de preparación exhaustivo. Montero llega impecablemente bien a pertrechada a sus encuentros, de inmediato se nota que hizo su tarea, que sabe a lo que va y a quién tiene enfrente (llámense Indira Gandhi, Pedro Almodóvar, Yasir Arafat, Paul McCartney, Margaret Thatcher, Doris Lessing, Prince, James Lovelock, Malala Yousafzai…). No se arredra ni se anda por las ramas, pero tampoco se impone ni necea. Puede ser amable, simpática, socarrona, pero también provocadora, firme, implacable. La de sus entrevistas es una complicidad, en suma, no en el sentido de camaradería, sino en el de un entendimiento compartido. Ella sabe lo que sabe y ellos lo saben también.

Es una complicidad que Montero desdobla, además, hacia sus lectores, dándole un uso francamente encantador a los paréntesis (donde nos ofrece alguna información de contexto, nos describe un gesto o un ambiente, hace comentarios casi como si nos guiñara el ojo o nos volteara a ver arqueando las cejas a la mitad de la entrevista). Terminas de leer y sientes como si hubieras estado ahí con ella. Sus entrevistas no sólo cumplen todos los rigores del género periodístico; son, a su vez, expresiones de una muy lograda vocación literaria.

POR CARLOS BRAVO REGIDOR

COLABORADOR

@CARLOSBRAVOREG

MAAZ