MALOS MODOS

Una comida en la Condesa

La moraleja: eviten los restaurantes que ofrecen experiencias

OPINIÓN

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Julio Patán / Malos Modos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El Doctor Patán fue a comer a la Condesa con una amiga a la que pretendía disuadir de su desencanto con el obradorismo, y no tardaron en encendérsele las alarmas. La amiga, muy brillante, no entiende las virtudes de desaparecer la división de poderes. Pero las alarmas no se encendieron por ella, sino por el restaurante, uno de esos en los que te conectan con tus raíces prehispánicas, aunque sin renunciar a una combinación de técnicas de todo el mundo, con apego a los productos locales.

Entenderán la alarma. “Hola. ¿Algo de beber para empezar?”, dijo el mesero. Confieso que a su doctor, que todavía lucha para abrazar del todo la igualdad inherente a la democracia popular, se le eriza la barba cuando lo tutean los meseros.

Sin embargo, aguanté. Hasta que: “Buenas tardes. Sí, por favor. Un martini”. “Uy, es que solo preparamos cocteles propios. Te puedo ofrecer un Tecámac. Es parecido al martini, pero con una bacanora destilada en el el Estado de México, tepache y aceite de chiltepín”.

No dudé. Soy un convencido de que no hay que tomar bacanora, de que hay que rechazar nada destilado en el Edomex y de que las bebidas no se sirven con aceite. “¿Tienes tequila?”, contrataqué, ya molesto.

“Tampoco. Tenemos otro destilado propio, el Huautla, de hongos silvestres y cilantro. Es como un tequila, pero más terroso”. Fue la elección de aquí su doctor, mientras su amiga se atrevió con el Tecámac.

Evitamos el menú de degustación para irnos a la carta. “Quelites orgánicos con kimchi de hormiga chicatana”, para abrir boca. Sé que esto me va a causar problemas con mis amigos chefs, pero, tal vez por mi edad, y a pesar de que aplaudo como nadie la integración de la comunidad coreana, no creo que todo tenga que convertirse en kimchi, igual que no creo que todo tenga que llevar insectos, como para recordarnos que vivan los pueblos originarios.

La cosa no mejoró ni con el “aguachile de gusanos de maguey en chile manzano y algas liofilizadas”, ni con la “esfera de nopales, esquites de cacahuazintle y sal de chapulín”.

Mi amiga dejó a menos de la mitad el Tecámac, y miren que es lo bastante sofisticada como para soportar, incluso, el pulque. A falta de opciones digamos ortodoxas, su doctor, “atado al potro del alcohol”, se empujó cuatro huautlas, a pesar de que saben como al quesongo cuando hace ya mucho rato que se enfrió, y cuatro cervezas orgánicas.

La comida, en un rango de los 270 a los 500 pesos por plato, era servida en dosis de un centímetro cúbico. Parece ser que lo hacen para evitar el desperdicio de alimentos. La conciencia ambiental es cara.

De camino a casa, paré en el Oxxo por un paquete grande de cacahuates japoneses. Mi amiga sigue convencida de que nos dirigimos a la dictadura. La moraleja: eviten los restaurantes que ofrecen experiencias.

POR JULIO PATÁN

COLABORADOR

@JULIOPATAN09

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