El martes pasado fue un día obscuro para nuestro país, se marcó el fin de la República. La aprobación de la reforma al Poder Judicial, la represión de manifestantes y la traición de algunos senadores son pruebas contundentes de que la dictadura en México ya no es un mito; está tomando forma a pasos agigantados.
El oficialismo, una vez más, con una presión descarada, ha demostrado que no está dispuesto a jugar limpio ni a respetar las reglas del juego democrático.
Para empezar, la reforma al Poder Judicial se aprobó con una velocidad inaudita tanto en el Congreso de la Unión como en los congresos estatales, sin debate ni estudio y con la clara intención de concentrar los tres poderes en un solo hombre acabando con la separación de poderes. Morena y sus aliados decidieron que ya no existirán contrapesos en el gobierno. A partir de ahora, la ley y la justicia estarán subordinadas a los intereses del partido en el poder, lo que se traduce en menos derechos, menos justicia y cero democracia para los mexicanos.
Todo esto con el apoyo de esos senadores que, en teoría, deberían representar a sus votantes, pero que decidieron traicionar al pueblo y la confianza que se les había otorgado. Está claro que la lealtad a los ciudadanos y a México dejó de ser una prioridad para muchos de nuestros legisladores pues mientras ellos obtienen beneficios y aseguran su impunidad, el país se desmorona.
Como si esto no fuera suficiente, quienes alzaron la voz en protesta fueron brutalmente reprimidos. Los manifestantes que, en pleno uso de su derecho a la libre expresión, salieron a las calles para exigir justicia recibieron golpes, gas lacrimógeno y amenazas.
En lugar de escuchar y respetar a la disidencia, el gobierno optó por silenciar las voces con violencia, una táctica típica de los regímenes autoritarios que tanto criticamos en otros países. Pero ahora, esa represión ya no es cosa de dictaduras lejanas; está ocurriendo aquí, en México.
La presión del oficialismo es cada vez más evidente. No se trata solo de controlar los poderes, sino también de controlar la narrativa, de imponer un solo discurso y una única forma de pensar. Aquellos que nos atrevemos a oponernos somos amenazados y, en el peor de los casos, perseguidos. La democracia se ha convertido en una farsa, un espectáculo para hacer creer al mundo que seguimos siendo un país libre, cuando en realidad las decisiones se toman por un solo hombre y a escondidas.
El México que conocimos está desapareciendo. La República, con sus instituciones y principios de libertad y justicia, está siendo destruida desde adentro por morena. No hay lugar para la disidencia, no hay espacio para el debate. La dictadura en México hoy es una realidad que cobra fuerza cada día.
Ahora más que nunca, es momento de alzar la voz, de no permitir que nos arrebaten la libertad, la justicia y la democracia. No podemos aceptar que el país caiga en manos de quienes solo buscan poder absoluto, porque si lo hacemos, pronto no habrá marcha atrás. Por este motivo seguimos dando la batalla, presentaremos un juicio de amparo en contra del proceso legislativo, una acción de inconstitucionalidad y además acudiremos ante instancias internacionales. ¡Esto apenas comienza!
POR MARIANA GÓMEZ DEL CAMPO
Secretaria de Asuntos Internacionales del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Acción Nacional
@MARIANAGC
MAAZ