Mañana (por fin, dirán algunos) presenta Andrés Manuel L.O., su último informe de gobierno, con tres líneas muy definidas, según supo un observador cuya colaboración agradezco:
La primera línea en el discurso del último tramo se sintetiza en dos palabras: misión cumplida.
La segunda, se resume en una palabra más: gracias.
La tercera, lo mejor está por venir.
En el primer punto cabría preguntarse, ¿cuál era la misión por satisfacer y quién se la impuso con la obligación de cumplirla?
Obviamente, la respuesta facilona siempre es, el pueblo, lo cual resulta falso. Una mayoría electoral —no toda la población— aprobó un programa. Le presentaron un candidato, creyó en él y le entregó el poder para cumplir su proyecto. Pero de él, no del imaginario pueblo.
Era su misión —el destino teológico de un Mesías—, su decisión, sus procedimientos, sus intereses y su autocalificación. En esas condiciones, al autoevaluarse y frente al mayor triunfo electoral de la historia, en favor de su discípula y continuadora, su verdadera misión es un hecho satisfactoriamente cumplido: acaparar el poder.
Narciso queda satisfecho.
Sin embargo, aún le queda espacio para la gratitud. Hasta un libro escribió (¿?) con ese título. Le agradece al pueblo (o a la parte cuya voluntad lo ha sostenido y cobijado por años), su afecto, solidaridad, respaldo y votos. Sobre todo, votos.
También le han obsequiado el culto a la personalidad. Nunca antes en los mítines y concentraciones se dispersaban muñecos de peluche o trapo con la sonriente efigie del presidente en turno. No cantaba el Congreso su honor de estar con Obrador…
Y la tercera línea, la más importante en el tramo final: no se trata de una terminación, sino como el inicio de la prolongación. Los prohibidos afanes reeleccionistas le dieron paso a una versión más moderna: el continuismo. No repite la persona en el poder; repite el programa en el poder. Importa la iglesia; no el Papa.
Eso logró, durante años, la mitológica Revolución Mexicana.
Todo lo demás —la real sustancia de un gobierno, la administración pública, la seguridad en todos sus componentes (pública, nacional, etc.); la certidumbre jurídica, el cumplimiento de la ley, la educación nacional, la salud, las comunicaciones, la economía, el desarrollo y todo cuanto forma parte de la actualidad internacional, sin olvidar las relaciones con el mundo—, no importa.
Esas cosas se arreglarán después, porque ahora lo único importante es la “Revolución de las conciencias”, la cual no resuelve tampoco el poder del crimen organizado o la delincuencia narcótica, ni impide señalar como alfa y omega los frecuentes culiacanazos cuya vinculación con el poder estadounidense humilla y define.
POR RAFAEL CARDONA
COLABORADOR
@CARDONARAFAEL
MAAZ