Ya el próximo 11 de agosto, en sesión de Consejo Nacional, PRI elegirá a su dirigencia para los próximos cuatro años, del 2024 al 2028 y la ruta para llegar a este camino ha sido muy difícil porque desde hace un buen tiempo, el objetivo principal de Morena es darle el golpe final al Revolucionario Institucional para descabezar a la oposición y hacerla tan minúscula que desaparezca del panorama político y como partido hegemónico, -lo que en otros tiempos fue el PRI-, quede Morena y aliados.
El Consejo Nacional del tricolor lo conforman, entre otros, expresidentes del partido; presidentes estatales; una tercera parte de los senadores y diputados federales; gobernadores de filiación priista, así como consejeros de la Fundación Colosio, del Instituto de Capacitación y Desarrollo Político; siete consejeros de Movimiento PRI, representantes de los sectores y organizaciones, como el sector agrario, obrero, popular.
Y vale la pena destacar el anterior dato para subrayar la intención del oficialismo de borrar al PRI de la escena, lo que le conviene para que el partido tricolor desde la oposición, no se convierta en un obstáculo, sobre todo ahora que diputados morenistas y aliados están más que dispuestos para aprobar las reformas enviadas desde Palacio Nacional, especialmente la que tiene que ver con la reforma al Poder Judicial, donde dejaron establecido que la elección “popular” de jueces, ministros y magistrados no está a discusión.
Por diferentes medios como las redes sociales, el dirigente del Revolucionario Institucional, Alejandro Moreno se ha manifestado contundentemente en contra de dichas reformas que buscan también acabar con los organismos autónomos, lo que, –contrario a lo que se pueda decir desde Palacio Nacional-, no le ha caído nada bien a Morena y afines.
El oficialismo se ha valido de un proceso que inició en los comienzos de la actual administración en el que se ha llevado a su causa a exgobernadores priístas poniéndoles como “zanahoria” un premio a lo que podría calificarse como su “lealtad guinda” que consiste en una embajada o representación diplomática y para ser merecedores de tal distinción, personajes como los exgobernadores mexiquenses Eruviel Avila y Alfredo del Mazo, se han dado a la tarea de renegar del partido que les dio vida política y atacar a quien hoy lo dirige.
Ahí están otros casos como el de los exgobernadores de Sinaloa y Sonora, Quirino Ordaz y Claudia Pavlovich, respectivamente, que han optado por un silencio cómplice después de recibir su premio, mientras que exgobernadores como el oaxaqueño Alejandro Murat, se infiltró en cuanto evento morenista pudo para obtener una senaduría.
Y hay muchos más ejemplos de expriístas que han optado por la “lealtad guinda”.
POR ADRIANA MORENO CORDERO
COLABORADORA
PAL