LA NUEVA ANORMALIDAD

¿Tendremos siempre París?

París le mostró al mundo cómo, desde la diferencia, puede existir un diálogo; y cómo, ante la intransigencia, puede romperse

OPINIÓN

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Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

“La inauguración puso en escena el espíritu de la República francesa, la clausura su estado”, dijo mi esposa de la ceremonia que puso fin a los Juegos Olímpicos de París. Mi amigo me compartió por Whats App su epitafio, proverbialmente lapidario “El momento de la bacanal borrado del recuento; un karaoke de canciones pop francesas safe… Claudicar, le dicen”. Francófilo y filomacronista, no me permití tales excesos críticos… pero tampoco tuve muchos argumentos para rebatirles.

La clausura no fue un completo ladrillo gracias a los angelinos, que presumieron tantito legado –aun si la memoria no les da para evocación más remota que Tom Cruise–, mucho desparpajo –la delirante inverosimilitud de la travesía relámpago CDG – LAX, el set un demilleanismo absurdo, el buenaondismo pachecón de la tocada en Venice Beach– y la refrescante diversidad de una alineación musical que incluyó a los Red Hot Chili Peppers y a Billie Eilish, a Snoop Dogg y a Dr. Dre.

Acaso taciturnos ante las críticas –si no es que ante el fin de la tregua política nacional que supusieron los juegos–, los parisinos que en 17 días reimaginaron el olimpismo como proyecto democrático y republicano, con un pie en la rabiosa tradición y otro en la augusta vanguardia, ofrecieron un cierre solemne y, peor, convencional. Donde la inauguración invadió las riberas del Sena, la clausura se mantuvo en los cuatro muros del Stade de France; donde allá concurrieron Gaga y dragas, disco y death metal, Dion y Vuitton, Jesús y Juana de Arco y Dionisio, acá hubo un himno polvoriento a Apolo, un performance dizque del Olimpo más digno de Las Vegas, una tocada de Phoenix –vengan esas palmas del adulto contemporáneo– y una señora que cantó un “My Way” afectado sin siquiera referencia a la letra original de Claude François.

El fin de los Juegos supone por definición el regreso al trabajo. Al de formar gobierno pese a la aplastante mayoría de la oposición, asignatura pendiente para el presidente Macron. Apenas ayer Gabriel Attal –obligado a dejar el Primer Ministerio por esa derrota– proponía formar una coalición amplia que abarque de la izquierda socialista a la derecha republicana a fin de aislar los extremos antidemocráticos. La idea es hermosa para los de valores afines pero acaso contraproducente: peligroso enojar a los intransigentes, acaso arrojar a uno en los coyunturales brazos de la otra.

En un texto hermoso publicado ayer en Le Monde, Clément Beaune, otro macronista, identifica los Juegos como reveladores de un país con más recursos que preocupaciones y más ganas que apatía. “Se dice que el acuerdo político es imposible. Toca a los responsables políticos mostrar que el espíritu de los Juegos no es momento suspendido sino modo de empleo. Nos toca estar a la altura.”

Diré que a todos. Y en todas partes.

POR NICOLÁS ALVARADO 

COLABORADOR 

IG y Threads: @nicolasalvaradolector

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