“La república parlamentaria, en su lucha contra las oposiciones, se vio obligada a fortalecer, junto con las medidas represivas, los medios y la centralización del poder del gobierno. Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina, en vez de destrozarla”. Marx, Karl. El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte
El caso de la Cuarta Transformación en México tiene preocupantes similitudes con lo dicho por Marx. Las últimas acciones del Presidente saliente, y las primeras acciones de la Presidenta entrante, están orientadas a fortalecer las capacidades represivas y de control del Estado sobre la sociedad, la economía y las fuerzas armadas, en vez de disminuirlas. Contrario a lo prometido en campaña.
Con el tiempo queda al descubierto lo lapidario del dicho: “Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina (léase el gobierno), en vez de destrozarla”. La frase es escalofriante: Marx reconocía, quizá incluso sin reparar en el alcance histórico de su observación, de que todas las transformaciones, que prometen destruir el estado de cosas y ofrece un nuevo paraíso, terminan haciendo exactamente lo contrario a lo prometido.
Terminan “perfeccionando” el aparato estatal para controlar de mejor manera a la oposición y aferrarse al poder por el mayor tiempo posible. El poder en defensa de sus intereses creados.
Marx mismo ofreció, como una “inevitabilidad histórica”, el Estado comunista como el nuevo paraíso de la humanidad. Recuerda escuchar a comunistas mexicanos declarar, en pleno Congreso de la Unión, que estaban “condenados a vencer”.
Parafraseando a Marx, las transformaciones perfeccionan la capacidad represiva del gobierno en vez de convertirlo en servicio a la sociedad. Las transformaciones prometidas siempre ofrecen más respeto a las libertades individuales, a la seguridad personal y propietaria de la sociedad y prosperidad con equidad. La realidad termina siendo más Estado, más represión y menos ciudadanía.
La 4T se ha instalado en el poder político, apoderándose rápidamente de todo el aparato del Estado mexicano, con la clara intención de imponer forzosamente su proyecto político al país. Su intención es crear un monopolio de alianzas y bloques en el poder que impedirán la existencia de oposiciones en la sociedad mexicana.
La borrachera del poder de la 4T apenas inicia. No habrá espacio en México para opiniones contrarias. Ha logrado movilizar a una parte muy importante de la gran burguesía mexicana a favor de un nuevo régimen autoritario, a cambio de la seguridad absoluta a sus inversiones y ganancias. El garante mayor del acuerdo son las Fuerzas Armadas para cumplir con ese propósito, incluso al margen del poder civil.
La promesa de la militarización de la Guardia Nacional es para crear una fuerza equiparable a las Guardias Rurales de Porfirio Díaz. Así como esas Guardias Rurales servían como un instrumento de control político, militar y físico del porfiriato a los brotes de oposición que ocurrían con frecuencia, también la Guardia Nacional actual, siendo una creación de López Obrador, sirve el mismo propósito de control sobre zonas conflictivas, políticamente hablando.
No es una fuerza policíaca para mejorar la seguridad pública. De eso se encargan otros en los pueblos, barrios, rancherías y zonas urbanas. La Guardia Nacional es en realidad una fuerza de 130 mil efectivos listos para dispersar disturbios públicos y vigilar zonas de alta conflictividad social o política.
La Guardia Nacional militarizada es el rostro del nuevo régimen político creado en el sexenio de López Obrador y en vías de consolidarse con Sheinbaum. Por más que ponga a egresados de la UNAM en su gabinete, no dejarán de ser sujetos de folclor en una gran paleta para justificar que sean los militares quienes realmente estén guiando el tren gubernamental, ahora como socios de esa nueva gran burguesía financiera, inmobiliaria e industrial que tiene asegurado el retorno a su inversión.
Y dentro de los grandes inversionistas aliados tiene un papel destacado el narcotráfico, como un actor económico de primer orden que, a diferencia de los otros segmentos de la burguesía, es también un excepcional operador electoral y social. Por ejemplo, hoy el narcotráfico se prepara para nombrar a sus jueces, magistrados y ministros, a partir de la propuesta de AMLO de elegirlos en voto popular. El crimen organizado es una pieza clave en la estructura de alianzas que dan sustento y funcionalidad al nuevo régimen.
Al gobierno le toca controlar a las masas que pueden volverse insumisas si no les llega el dinero prometido. Las masas cumplieron su parte del acuerdo: votaron por Morena. La Secretaría del Bienestar, la oficina gubernamental con más presupuesto que Educación y Salud juntas, fue crucial para amarrar el voto popular. En la era de la mercantilización in extremis, el voto es visto como otra mercancía en el mercado. Sin esa compra del voto masivo, es imposible saber cuál hubiera sido el resultado de las elecciones.
Los pactos en torno al poder presidencial son de gran calado. Aparte de asegurar el “buen retorno” a las inversiones de la burguesía mexicana y la internacional, hay reglas y compromisos que deben respetarse. Los nuevos dueños del poder político en México tienen frente a sí un acto difícil de acrobacia retórica y política.
El tono radical de izquierda choca frontalmente con el conservadurismo real de sus pactos y acuerdos. Una cosa es tratar con Cuba, Nicaragua o, incluso, Venezuela, y otra, muy diferente, es la situación de México situado en América del Norte. México es parte del T-MEC y el Comando Norte con los Estados Unidos y Canadá. Los militares de los países se reúnen regularmente, comparten inteligencia y diseñan estrategias conjuntas de intervención en los temas estratégicos de los tres países. Hablan de migración, terrorismo, petróleo, amenazas, comparten sus Atlas de Riesgos, democracia, narcotráfico, China, Cuba, Nicaragua, Venezuela, Brasil, Ucrania, Rusia, Medio Oriente. Es un diálogo completo y complejo.
México puede hablar con Cuba, Nicaragua o Venezuela, incluso ser amigo “especial” de Rusia, pero otra cosa es la información e inteligencia que se comparte con Estados Unidos. Las fuerzas armadas están entreveradas de forma insospechada.
Las tensiones entre tantos vectores de relación envían mensajes muy contradictorios dentro del partido hegemónico que, a su vez, sienta el precedente de ser el responsable de cuanta cosa ocurra en México. Pero así lo quiso el arreglo electoral. Se le va a otorgar una sobrerrepresentación ilegal al oficialismo para controlar al Congreso y para destruir a un Poder Judicial que insiste tercamente en la aplicabilidad del Estado de Derecho.
Ese es, dirían los sabios dentro de Morena, el estado óptimo para lograr sus objetivos. Pero, al mismo tiempo, su objetivo es, en realidad, usar al voto popular para apoderarse del Estado en su conjunto y convertirse en un poder político omnímodo, invencible y condenado a vencer en futuras elecciones. Goza del placer de no tener que convencer: sencillamente se aplastará lo que se le ponga enfrente en la forma de una protesta, un reclamo, una oposición organizada y el peligro de la desilusión de sectores de la burguesía aliada.
Marx no erró en su observación. “Todas las revoluciones perfeccionaban esta máquina, en vez de destrozarla.” Con su asalto a Palacio Nacional, la 4T confirma lo dicho por Marx.
POR RICARDO PASCOE
COLABORADOR
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