COLUMNA INVITADA

La lluvia [I]

El cielo estaba encapotado, amenazaba la lluvia, de repente un trueno anunció el aguacero

OPINIÓN

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Rubén Martínez Cisneros / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Don Sinforoso y su esposa doña Pomposa caminaban con garbo por la calle de Plateros -hoy Madero-, iban ataviados con sus mejores ropas, cual canción de Dolores Pradera, “Vamos amarraditos los dos Espumas y terciopelo. Yo con un recrujir de almidón. Y tú, serio y altanero…Dicen que no se estila o no. Ni mi medallón ni tu cinturón”.

El cielo estaba encapotado, amenazaba la lluvia, de repente un trueno anunció el aguacero, el chubasco no se hizo esperar, cada uno de ellos con su respectiva gabardina, en un santiamén abrieron ella su sombrilla y el su paragua, que además le servía de bastón, aceleraron el paso y entraron a un local para guarecerse de la torrencial agua; el aroma a café, pan, chocolate, invadía el espacio.

A don Armando Manzanero se debe la letra de la canción, “Esta tarde vi llover y no estabas tú Esta tarde vi llover, vi gente correr Y no estabas tú…Yo no sé cuánto me quieres Si me extrañas o me engañas Solo sé que vi llover, vi gente correr y no estabas tú”.

La lluvia, uno de los grandes dones de la naturaleza, en fechas pasadas se ausentaron, se escasearon, la falta de lluvias hizo estragos en la población, agricultura, ganadería, por fortuna ya están presente, un don divino como otros más, desde tiempos remotos se menciona, de acuerdo a La Biblia, “Tenía Noé seiscientos años cuando el diluvio de aguas vino sobre   abrieron las cataratas del cielo. Y estuvo lloviendo sobre la tierra cuarenta días y cuarenta noches…”.

El historiador Jorge Gurría Lacroix señala en su libro El desagüe del valle de México durante la época, UNAM 1978, rememora, “…Tenochtitlan resintió las inundaciones de 1449, gobernando Moctezuma Ilhuicamina, época en que Nezahualcóyotl construyó el albardón; y la de 1498 durante la gestión de Ahuízotl, producto de su intemperancia, y no atribuirle a lluvias torrenciales y derrames de los lagos…”.

Por su parte el escritor Gabriel García Márquez, en Cien años de soledad, dice, “Llovió cuatro años, once meses y dos días. Hubo épocas de llovizna en que todo el mundo se puso sus ropas de pontifical y se compuso una cara de convaleciente para celebrar la escampada, pero pronto se acostumbraron a interpretar las pausas como anuncios de recrudecimiento”.

La lluvia no cesa, lleva días y noches, el río ha aumentado su cauce, los lugareños empiezan abandonar sus casas, doña Claudia Velázquez Ramiro, se resisten abandonar su domicilio, el caudal ya bordea su terreno, su patio; Cagua, como es conocida en el pueblo,  sube a la azotea de su casa, del otro lado de la corriente don Beto Ramón, forma sus manos como bocina y la conmina abandonar el terreno, salte de ahí, salte de ahí, le grita, ella sola acompañada con su perro fiel el Rusty, soporta místicamente.

Don Beto acompañado de otros lugareños llega en un bote de madera o cayuco en auxilio de ella para llevarla a un lugar seguro, mientras amaina la lluvia y baja la corriente del río que bufa e impone su fuerza y naturaleza.

POR RUBÉN MARTÍNEZ CISNEROS

COLABORADOR

MAAZ