AIRE PARA PENSAR Y DEJAR PENSAR

Marina

Cuerpo empapado. Pelo negro y trenzado que cae sobre un vestido de olanes. Piel morena. El cuerpo le tiembla desde dentro

OPINIÓN

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Paola Albarrán / Aire para pensar y dejar pensar / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Sostiene los brazos abiertos desde el hombro hasta cada uno de los dedos. El codo firme. Respira agitada con la cabeza mirando al cielo, y mira las luminarias que desde arriba la alumbran. El duende la sostiene frente a su público.

Zapatos desgastados, pies cansados. Bailaora por convicción. Gitana. Marina no sabe vivir en un cuerpo que no baila. El flamenco ha sido su escudo protector para el mundo exterior. El flamenco; su refugio, su cueva, su guarida segura. Donde se le permite brillar y ser. Donde puede sacar el dolor que le asfixia en el alma.

Donde en cada taconeo, vuelve a encontrar el ritmo de la vida. Para ella es donde el respirar cabe, donde está en su centro, donde se siente segura, donde se le eriza la piel y se enfoca la atención en ella, en luz y la vida que tiene Marina. Depende del flamenco para sentirse viva.

El flamenco le ha sanado el alma con cada compás. Cuando suena el triqui tiqui tan, y al hacer un remate, sale de él con la media vuelta sabiendo que en ese giro puede haber un descanso; viene el respiro. Para quién baila es lo mismo vivir que bailar. Aquí tiene color, pasión, fuego. Son sólo instantes como éste, en el que Marina sostiene los brazos abiertos y la cara al cielo donde deja al descubierto su herido corazón.

Herida de soledad y de abandono, herida de no poder ser lo que ella es. De no poder ser luz. Herida de tener que apagar el brillo para que no deslumbre a los demás. Condenada a mimetizarse siempre con lo gris, con la rutina, con el deber ser, con el no sentirse amada, con lo no auténtico, con la falta de verdad, a sonreír por obligación.

El flamenco es la respuesta de su sangre y de aquello que el alma le implora se convierta en arte. Y a través del flamenco, poder elevar la sensibilidad desde las entrañas. Marina y su mundo profundamente espiritual, sabe que bailar es buscar a Dios. Sabe que es posible encontrarlo en una subida, o quizás después de un remate. Sabe que Dios está, donde ella puede ser ella. Sabe que las manos que se apuntan al cielo tejen galaxias.

Sosteniendo los brazos abiertos, formando una cruz con su cuerpo. Con la mirada perdida allá arriba. Aterriza y es consciente de que lo bueno se acaba. A lo lejos escucha aplausos que sólo hacen que baje la cabeza. Es momento de bajar los brazos, respirar y doblar su cuerpo hacia delante para agradecer el apoyo de los que la reconocen como artista.

Respiración, presencia, paz. Agradece a su público, camina, y les da la espalda. Agradece a los músicos; a la guitarra, el cajón, las palmas. El cantaor. Todos son testigos de lo que ha conllevado a Marina para que se presente ahí. Para que brille.

Hay que romperse para que el flamenco salga bien. Dejarlo todo en el escenario, sin quedarse nada, entregar todo para poder agarrar aire. Aire que limpia y que sana. El flamenco es la capacidad de romper el cielo, para que en el suelo nazcan flores.

Con paso firme se va del escenario. Regresa de ese sueño que apenas dura un instante y por el que se trabaja toda una vida. Regresa a la oscuridad tras bambalinas. Regresa a mirarse en el espejo de su camerino, a su cita más dura, la que es consigo misma. A sostener la mirada por un momento, con firmeza, con fuerza, con pasión. Para después, romper en llanto con ella misma. Marina. Ella es Marina.

POR PAOLA ALBARRÁN

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