El revés conceptual de la atracción por las sombras de Gerardo Montiel Klint, en un gremio enamorado de la luz, atrae. En una época que antepone la cultura de la cancelación y el extremo de lo políticamente correcto, ¿cómo no ser seducido por la idea de asomarnos a través de la rasgadura de las buenas costumbres? La revisita y, sobre todo, la vigencia del concepto de ese “lado oscuro de la imagen —no solo de la fotografía—” que ha desarrollado desde sus primeras obras, hoy es un contrapeso necesario.
Sus primeros proyectos como Transmigración o Desiertos que encaran la muerte, la violencia o el acto fallido, solo fueron la bola de nieve que desató una de las avalanchas creativas en cuanto a producción fotográfica en México se refiere. Con un control de la técnica, desde los químicos hasta la incorporación de las tecnologías recientes, Klint robustece su discurso, llevándonos a una experiencia estética con cada nueva propuesta que nos brinda. Particularmente, Amoniaco me parece maravilloso.
Desde un aula de clase, un auditorio repleto o dos minutos en el pasillo, escucharlo hablar sobre fotografía es un viaje en la montaña rusa. Es la posibilidad de andar sobre los rieles que ha construido con referencias literarias, guiños filosóficos, citas musicales, fragmentos cinematográficos y otros laberintos mentales, para alcanzar a vislumbrar que la fotografía es universo acarreado para oprimir —finalmente— el botón de una cámara y que los bordes de la imagen bidimensional son sólo una sugerencia.
Por su producción y reflexión alquímica en torno a la fotografía, que nació en su laboratorio personal como una opus nigrum y que con el tiempo sigue trasmutando de color, el Maestro Gerardo Montiel Klint, fotógrafo, teórico, divulgador y autoridad en las artes de la plata y los pixeles, recibió hace unos días la Medalla al Mérito Fotográfico y lo celebramos.
POR CYNTHIA MILEVA
EEZ