ECOS DE LA CIUDAD

La crisis de nuestros valores

Se trata de cumplir solo las normas queridas, que dan placer y gratificación, renunciando a todo lo que implica una obligación procedente de las instancias de vida no personales

OPINIÓN

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Humberto Morgan Colón / Ecos de la ciudad / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Heraldo de México

A la afirmación del sociólogo y filosofo polaco Zygmunt Bauman de que hoy vivimos una modernidad liquida, en la que prácticamente todo es maleable, cambiante, difuso e incluso etéreo, se suma el paso a una época confusa, además de las contradicciones humanas reflejadas en las disparidades económicas, sociales, políticas y culturales a las que hoy ya no responden aquellos valores que dieron soporte en occidente al siglo XX y a la primera década del siglo XXI.   

Por ello, cuando las crisis históricas llegan en una época determinada o a un país en particular, siempre aparece una búsqueda de nuevos valores. Así, la crisis de estos, refieren un síntoma de un mal más profundo que pone en vilo a las sociedades, en nuestros días, con una permisividad fundada en un interculturalismo mal entendido y un racionalismo que desde el siglo XVIII ha pugnado por más libertades, pero sin fijar límites para una sana y plena convivencia social. 

Los valores son formaciones íntimamente ligadas a los fundamentos de la sociedad, sus transformaciones indican el derrumbe de una época y el advenimiento de una nueva.

En este sentido, el filósofo mexicano Severo Iglesias, en su libro “Valores y Sociedad”, afirma que la conciencia del valor o los valores no son un decorado secundario, sino que forman parte del mundo humano; al cambiar, cambia una parte de este.

Don Severo insiste en que los actores sociales no viven de igual forma las rupturas sociales, y que las reacciones ante las crisis de los valores no tienen el mismo contenido y dirección, nos dice: Que unos buscan ponerse a resguardo de la crisis, refugiándose, aislándose como protección a la destrucción. Son los conservadores. Otros perciben la caída del mundo y buscan transformarlo, negando las valoraciones existentes. A veces anticipan los escorzos de otras, a veces caminan en el vacío nihilista que prefiere moverse sin valoraciones para tener las manos libres y maniobrar en la acción según los acontecimientos.

En otros más, se gestan las novedosas valoraciones que se plasman después, junto con la realidad emergente que la historia construye. De manera que los nuevos valores no solo aparecen adaptados a las nacientes formaciones reales, sino también son parte de los nuevos fundamentos y base de existencia de una nueva sociedad.

Así sucedió con la moral socrática, que se gesta en la época de descomposición de la polis griega clásica. Del cristianismo en el declive del esclavismo y del imperio romano. Del protestantismo en el descenso del feudalismo y el surgimiento del capitalismo moderno. De la moral utilitaria y positivista del industrialismo. Del pragmatismo y el surgimiento de las corporaciones contemporáneas. De la crisis actual ligada al neoliberalismo.

Ahora, como en estas grandes transmutaciones, la conexión entre valores y sociedad es un problema vigente que ejerce una reiterada presión en un mundo impresionantemente cambiante que se ha vuelto por demás complejo y que en el ámbito de los valores, se bifurca en dos posiciones extremas, pero no necesariamente opuestas. El academicismo que no sale del tratamiento puro de los valores y el pragmatismo, que pretende resolver la crisis de estos inventando “valores” prácticos para poner en orden la conducta.

El filósofo nacido en Higueras Nuevo León, sentencia que los académicos no van más allá de los valores estudiados en las teorías, las que en general presentan grandes dificultades conceptuales y terminológicas para ser comprendidas por quienes no han estudiado axiología. Ellos, concluyen proponiendo valores ideales y suponen que basta con asimilarlos para salir de la crisis valorativa de hoy.

En el otro extremo, los pragmáticos, sin profundizar en esas cuestiones, se contentan con proponer valores practicistas para reforzar la adaptación de los sujetos al mundo actual. Su técnica, dice, es la “ingeniería del consentimiento”, sostenida por la psicología y las modernas relaciones humanas. En las que se postulan los derechos como primacía, pero nunca las obligaciones como eje del entendimiento social.

Las dos posiciones, enfatiza, hacen caso omiso de la capacidad generadora de valores del ser humano, por lo que atrás de las buenas intenciones de los quijotes y los hombres prácticos que proliferan en este terreno de los valores, la cara de la tragedia se deja ver. Aquí los resultados reales nunca coinciden con lo querido por los sujetos, igual que las acciones nos llevan a desenlaces que no hemos pensado.

Bajo estas lógicas, en los valores se va del espíritu a los instintos, de la razón a la voluntad, de la intención al cálculo. Todo parece valer igual, pues cada uno es dueño de tener sus valores, salpicando este desorden con una dosis, a veces extrema de tolerancia. Donde todo vale, nada vale. Al final, en el espejo narcisista cada uno se maquilla a su antojo.

Se trata de cumplir solo las normas queridas, que dan placer y gratificación, renunciando a todo lo que implica una obligación procedente de las instancias de vida no personales. Pero dicha crisis tiene un fondo histórico, y su comprensión exige un replanteamiento de la sociedad, que nos obliga a no confundir la crisis académica y teórica con la crisis de los valores operantes en la vida real.  

Para el pensador fallecido en 2021, el principio de validez, tratándose del valor, no admite las simplificaciones recurrentes a su abordaje, es decir, a la objetividad, la subjetividad o las practicas segregadas. Propone entonces, el alcance que adquieren los valores al particularizar las dimensiones del sujeto axiológico, su conexión con la segmentación de planos y formaciones sociales y la trascendencia que adquieren los valores en ellos. Surgen de esta manera las dimensiones moral, ética y la cívica como tres formaciones valorativas específicas, entrelazadas pero con campo de autonomía en cada una.

¿Será por ello, que sin reparar en las condiciones antepuestas y con la ingenuidad que planteo el gobierno federal la Cartilla Moral, es que no tuvo ninguna repercusión en la vida pública del país?

POR HUMBERTO MORGAN COLÓN

COLABORADOR

@HUMBERTO_MORGAN

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