ENVÍO DIPLOMÁTICO

México y la Santa Sede. Una mirada nueva

En la segunda mitad del siglo XIX, el proceso de secularización política en México marcó un punto trascendente con la separación Estado-Iglesia que persiste hasta el día de hoy

OPINIÓN

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José Luis Alvarado González / Envío Diplomático / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

Desde su restablecimiento en 1992, la relación “bilateral” entre México y la Santa Sede ha incorporado un tercer actor no internacional. Al Estado mexicano, al Estado de la Ciudad del Vaticano, a través de su gobierno central, la Santa Sede, se incluyó la participación de la Iglesia Católica mexicana. Quizá por esta razón, siempre se ha dicho que estamos frente a una relación sui generis. El establecimiento de relaciones diplomáticas con un Estado que tiene un sistema de gobierno teocrático monárquico absolutista (y cuyo jefe de Estado es el Papa), se discutió y analizó durante mucho tiempo en México. No sólo desde el punto de vista de las relaciones políticas y sus beneficios, sino también en el contexto de reconocer un Estado eminentemente religioso oficial, frente a un Estado (el mexicano) que constitucionalmente se define como laico. 

En la segunda mitad del siglo XIX, el proceso de secularización política en México marcó un punto trascendente con la separación Estado-Iglesia que persiste hasta el día de hoy. El carácter laico del Estado mexicano, entendido como Estado no confesional, no identificado ni identificable con ninguna confesión religiosa, sino más bien como promotor y garante de las libertades y los derechos de todos, “chocaba” con la intención de otorgarle al Estado Vaticano un reconocimiento pleno.

Motivado por la relevancia de la Iglesia Católica y del catolicismo en México como parte importante de nuestra identidad nacional, así como para fortalecer la relación tradicional entre todos los sectores de la sociedad, el gobierno decidió que era importante mantener esta tríada, concediendo grandes prerrogativas a las autoridades eclesiásticas; entre ellas, prácticamente diseñar la agenda bilateral. Las tesis que sin duda fueron importantes al momento de establecer las relaciones diplomáticas hace más de treinta años han sido rebasadas. Los argumentos que dieron fundamento a este triángulo, ya no son válidos.

En la actualidad se han privilegiado los vínculos esencialmente políticos, buscando -cada vez más- promover actividades de índole académica y/o cultural que, sin duda, han impreso mayor dinamismo a la relación. En los últimos años, se ha construido una relación sólida y respetuosa. La relación ha madurado y se parece más a otras relaciones bilaterales estratégicas para México, que a una relación especial con la iglesia. 

En este contexto, es importante destacar la relevancia que la Santa Sede otorga a fomentar sus relaciones internacionales. Por ejemplo, durante el Pontificado de Juan Pablo II el Estado Vaticano amplió sus vínculos con muchas naciones, pasando de mantener relaciones diplomáticas con tan solo 74 a 164 países. Una muestra inequívoca de la importancia que conceden a la promoción y apoyo para sus propias causas, fuertemente ligadas a los temas de la nueva agenda internacional y en los que -desde siempre- han existido fuertes coincidencias con las posiciones mexicanas.

POR JOSÉ LUIS ALVARADO GONZÁLEZ
MIEMBRO DEL SERVICIO EXTERIOR MEXICANO (SEM), CON FRANCO DE EMBAJADOR. ACTUAL JEFE DE CANCILLERÍA EN LA EMBAJADA DE MÉXICO ANTE LA SANTA SEDE. OPINIONES A TÍTULO PERSONAL.

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