La agonía social. Hace tiempo que el PRI había dejado de ser socialmente útil. Algunos analistas y “consultores” han criticado su falta de ideología, o que debía cambiar su “narrativa” y “marca”, pero lo importante corre por otras vías. En los últimos años ese partido perdió credibilidad ciudadana, representatividad social, visión de país y capacidad para influir en la vida pública.
En todas las encuestas es el partido más rechazado; el único primer lugar que conserva es en la pregunta “¿por cuál jamás votaría?”. Es revelador que opositores y oficialistas por igual usen expresiones como que “parecen priistas” para atacarse mutuamente.
El PRI es, en el imaginario nacional, sinónimo de abuso, corrupción, y cada vez más de ineptitud, esto último algo fatal para un partido que por años logró justificar sus fallas éticas con “pero nosotros sí sabemos gobernar”.
Los priistas suelen decir que se han reinventado al ritmo de México. No realmente. El PRI supo dar cause institucional al conflicto y condujo con pragmatismo y oficio la gradual apertura democrática, ambos méritos valiosísimos. Pero sus cambios en tanto vehículo de representación social fueron cosméticos; y cuando de verdad quiso adaptarse a nuevas realidades sufrió una escisión que como PRD casi le arrebata el poder, y después como Morena efectivamente lo hizo.
Otra insuficiencia es que nunca pudo tejer una base robusta de sectores como jóvenes o clases medias. Se limitó a administrar la estructura corporativa creada hace 86 años, cuyas demandas desatendió cada vez más. Así, pese a que aún pudo promover reformas positivas en su última presidencia, ya no contó con los consensos necesarios para legitimarlas, y pronto se revertieron.
La agonía interna. El PRI, que se enorgullece –en parte con razón– de las instituciones que forjó para el país, jamás logró (o quiso) crear una vida institucional interna independiente al liderazgo del presidente de la república. Cuando ese control central se esfumó al perder el poder federal, primero se atomizó entre los gobernadores, y conforme también se perdían estados migró a la dirigencia formal del partido, pero sin ningún mecanismo real de democracia interna. Y también hay que decirlo: tampoco ayudó que buena parte de su militancia mantenga una cultura de sumisión disfrazada de disciplina, miedo disfrazado de unidad, y que ve el disenso como traición.
De esta forma el PRI, aunque se jacta de tener los cuadros con mayor experiencia, se dejó embaucar sin gran batalla por Alejandro Moreno, su dirigente más perdedor de la historia y uno de los políticos más desprestigiados de México, quien sin embargo pudo tomar el control total con relativa facilidad, y que hace cuatro días mandó aprobar una reforma que le permitirá reelegirse hasta 2032.
La agonía política. El PRI seguirá existiendo algún tiempo, pero ya sólo como el negocio de la dirigencia, en forma de las menguantes prerrogativas, las pocas plurinominales que aún consiga y las genuflexiones al gobierno, que tampoco lo necesitará tanto. Probablemente nunca vuelva a ganar una gubernatura, y tal vez ni ciudades o municipios de peso. Su incidencia en las decisiones reales, como su prestigio, será virtualmente inexistente. Fuera del circulo de Alito, ninguna persona medianamente racional encontrará incentivos para militar ahí o votar por sus candidatos. Los buenos cuadros y liderazgos locales que todavía conserva terminarán por irse a otra parte.
Hace cinco años renuncié al PRI, precisamente por el rumbo que ya tomaba su dirigencia actual. No obstante, el tricolor fue un partido muy relevante para México, desde donde alguna vez, pese a sus errores, se podía servir al país con principios e ideas, con resultados que mejoraban vidas y por ello con orgullo. Merecía un final más digno que la vergonzosa y pública agonía que le depara.
POR GUILLERMO LERDO DE TEJADA SERVITJE
COLABORADOR
(@GuillermoLerdo)
MAAZ