RADAR DE LIBROS

Carne gobernada

Aquí hay un Savater desenfadadamente crepuscular que es de lo más lúcido y entrañable

OPINIÓN

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Carlos Bravo Regidor / Radar de Libros / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El más reciente de Fernando Savater (San Sebastián, 1947) es el libro de un hombre de su tiempo en un tiempo que ya no es el suyo. Cocinado a fuego lento, como el platillo tradicional asturiano del que toma su título, es un banquete a la vez alegre e iracundo, tierno y mordaz, melancólico e impetuoso, donde le va diciendo adiós a la vida dando cuenta de la vida que ya le ha dicho adiós a él.

El subtítulo propone que es una obra “de política, amor y deseo”; y sí, lo es, pero tengo para mí que se trata, primordialmente, de una obra sobre la trama fina –sin melodrama– del perecer. Escrito sin método pero con gracia, Carne gobernada (Ariel, 2024) es el testimonio de un autor que se despide de la filosofía que no le ofrece consolaciones, de amistades adorables que se le adelantaron, de su amada Sara (alias Pelo Cohete) que ya no está pero le dejó el gozo y el dolor de nunca olvidarla, de su periódico de siempre que se le ha vuelto ajeno como nunca, de una España cuya coalición “progresista” le resulta cada vez más insoportablemente antiliberal...

Savater, que siempre quiso ser un “anarquista moderado” –así lo describió en su reporte un policía que lo puso bajo arresto durante su época universitaria– va descubriendo conforme se le abultan los años que prefiere las normas al desorden, que le atrae más lo tradicional que lo nuevo, que le inspiran más confianza los capitalistas que los anticapitalistas, y que está cada vez está más de acuerdo con Robert Conquest, el célebre historiador inglés del terror soviético, en aquello de que “todo el mundo es conservador cuando habla de lo que de veras entiende, aunque luego adopte posturas revolucionarias en los grandes temas que solo conoce de oídas”.

Pero, insisto, sus mejores páginas no son las atrevidamente íntimas (su erotismo de vejez está muy bien, solo que es poco interesante), tampoco las predeciblemente polémicas (sus opiniones sobre el “neofeminismo”, los nacional-separatistas, la “tiranía woke”, Pedro Sánchez o Vox llegan a sonar un poco necias, no por infundadas ni imprudentes sino, más bien, por redundantes); sus mejores páginas son las más sutilmente personales, aquellas en las que prefiere encararse que probarse u obedecerse a sí mismo.

Son páginas en la que viaja ligero, dedicadas menos a las frustrantes averías de la época que a los gratos asombros de su edad: las películas, el whisky, las carreras de caballos, los libros, la risa o el mar. En esas páginas hay un Savater desenfadadamente crepuscular que es, en mi lectura, de lo más lúcido y entrañable:

“Las calles de nuestra infancia y juventud van cambiando, los locales conocidos se transforman en negocios inéditos, amigos y enemigos se marchan de nuestras vidas para nunca volver, incluso los recuerdos de lo que fuimos o hicimos se desvanecen. Antes de que dejemos el mundo, es este el que gradualmente nos abandona, aunque no por haber muerto sino por acercarnos irremisiblemente al morir”.

POR CARLOS BRAVO REGIDOR

COLABORADOR

@CARLOSBRAVOREG

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