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El liberalismo del miedo

Hoy en día, para muchas personas el liberalismo es una corriente de pensamiento económico

OPINIÓN

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Carlos Bravo Regidor / Radar de libros / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Hoy en día, para muchas personas el liberalismo es una corriente de pensamiento económico que promueve la propiedad privada, la desregulación, la competencia, el libre mercado y la integración comercial; una filosofía que asume que los individuos somos agentes racionales, calculadores, egoístas, que vamos por la vida cuales “pequeños cerdos capitalistas”, siempre buscando la oportunidad de hacer negocio, siempre tratando de maximizar utilidades y reducir costos.

Esa manera de entender el liberalismo suele abreviarse en la fórmula laissez faire, laissez passer (dejar hacer, dejar pasar). El significado de la libertad en ese liberalismo es, básicamente, escasez de restricciones.

Judith Shklar (Riga, 1928-Boston, 1992) tenía una visión muy distinta. Para ella, el liberalismo es una doctrina política basada en el aprendizaje moral, en el imperativo de prevenir los abusos y las arbitrariedades, de reducir el sufrimiento, de evitar el despotismo y la opresión.

Porque los humanos somos, antes que cualquier otra cosa, seres que nos hacemos daño; que a lo largo de la historia hemos acumulado demasiadas experiencias terribles provocadas, fundamentalmente, por la crueldad en la que suelen desembocar nuestras asimetrías de poder más extremas. 

Shklar propone, en consecuencia, un “liberalismo del miedo” que se ocupa de proteger a las personas a partir de la conciencia de su vulnerabilidad frente al poder, sobre todo a las más pobres y débiles, a las que más padecen su brutalidad y menos capacidades tienen para defenderse.

La libertad en ese liberalismo se define a partir de la fragilidad, del temor, de la desconfianza frente al poder; su significado, por tanto, es abundancia de restricciones. Se trata de un liberalismo más intuitivo que ideológico, deliberadamente modesto, militantemente no utópico, que rehúye del entusiasmo y la ambición tan propios de tantas formas de “espiritualidad política” que, argumenta Shklar, “a menudo han servido de excusa para desencadenar orgías de destrucción”. 

Su motor no es la virtud, no es la prosperidad ni la esperanza: es la memoria. “Una parte demasiado importante de la experiencia política pasada y presente queda desatendida cuando ignoramos los informes anuales de Amnistía Internacional”.

Hija del siglo XX, de la persecución, la incertidumbre y el desarraigo, es evidente la impronta biográfica que hay en su liberalismo. Nacida en el seno de una familia judía en la república báltica de Latvia, durante la Segunda Guerra Mundial Judith Shklar tuvo que huir con sus padres de Europa.

Afincada primero en Canadá y luego en Estados Unidos, donde desarrolló una muy exitosa carrera académica, nunca dejó de pensar la política “desde abajo”, a partir del que hoy sería el punto de vista de un trabajador precarizado, una víctima de la violencia, un indígena desplazado, una persona trans, un perseguido político, una migrante medioambiental o un palestino.

Al final, su liberalismo se trataba de que la gente, sobre todo la más vulnerable, pudiera vivir en paz y sin miedo. Nada más, pero nada menos.

POR CARLOS BRAVO REGIDOR

COLABORADOR

@CARLOSBRAVOREG

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