“Deberemos hacer una reflexión profunda, ver qué sigue, transformarnos, construir algo nuevo”. Desde el 3 de junio, todo quien no simpatiza con el oficialismo ha dicho más o menos algo así. Lo piden ciudadanos individuales y se declara desde la sociedad civil organizada; lo prometen igual el PRI que el PAN; lo afirman los tuiteros y lo prescriben los analistas en las mesas de opinión.
Aquello no es incorrecto, es obvio; pero suena abstracto, suena demasiado al mismo consenso proclamado tras el 1 de julio de 2018, sobre el que por seis años nadie hizo realmente nada. Vale entonces la pena pensar en algunos mínimos indispensables esta vez: ¿con quiénes, qué, con qué?
Ante todo, ¿quiénes dirigirán esa reflexión, con quiénes hacerla? ¿Los líderes de lo que queda de partidos opositores que no tienen incentivos –ya no digamos convicciones– para hacer algo diferente a lo que tan bien les ha salido: crear cacicazgos personales para repartir candidaturas a los suyos? ¿Los especialistas y estrategas que terminaron embaucados por Massive Caller, repitiendo lugares comunes, debatiendo sobre visitas al Vaticano y contando favs como votos?
Una idea inicial: ¿por qué no convocar a los candidatos (y sus equipos) que desde la oposición, independientemente de partidos, ganaron en el territorio su elección y tienen fresca la experiencia de campaña? Ahí hay, de entrada, varios presidentes municipales electos de muchas capitales.
Segundo, ¿de qué se tratará la reflexión? De lo que falló, sin duda, pero también de lo que funcionó. Por ello insisto en que parte esencial de este debate sean los políticos opositores exitosos. Quienes derrotaron al oficialismo cara a cara, no los “dirigentes” perdedores que durante todo el sexenio sólo aprendieron a administrar derrotas. Quienes en lo teórico y práctico conocen los diversos contextos locales reales, no los analistas que recetan hipótesis genéricas desde Ciudad de México.
Tercero, ¿cuál sería el vehículo que dé forma política y organización social al resultado de aquellas reflexiones? ¿Los partidos que acaban de ser apaleados y llevan lustros prometiendo reformarse? ¿MC, cuya tesis es que ya encarna él solo todo lo que puede ser distinto? ¿Un nuevo partido? Ese último, ¿quién lo construiría? ¿La sociedad civil? ¿Está consciente de lo que implica?: militar cada día, no sólo en algunas marchas dominicales; recorrer cada rincón del país para crear comités y asambleas; hacer vida de partido permanentemente, sacrificando obligaciones laborales, tiempo familiar. ¿Puede, por ejemplo, la clase media profesionista con este compromiso? ¿Quiere?
El “con qué” debe ser claramente un partido; cualquier otra cosa será una ocurrencia. Pero sea que se monte en uno existente o constituya otro, no puede ser una recicladora de los liderazgos actuales, ni un hobby de tiempo parcial para quien no pueda dedicarse de lleno a hacer política. No sé que pase, pero alcanzo a vislumbrar algo: de nuevo, ahí está un cimiento real en las estructuras de los candidatos victoriosos; desde quien ganó una regiduría hasta una ciudad grande, lo importante son sus equipos experimentados, sus operadores profesionales, sus bases sociales y alianzas concretas.
Quedan infinidad de consideraciones, desde las definiciones ideológicas hasta los mecanismos de elección de los futuros liderazgos y candidatos. Lo cierto es que lo que no se hizo entre 2018-2024 se deberá hacer ahora en condiciones aún más adversas, quizá de facto sin un INE y una Suprema Corte. Pero habrá que hacerlo y sufrirlo, o habrá que resignarse y lamentarlo indefinidamente.
POR GUILLERMO LERDO DE TEJADA SERVITJE
COLABORADOR
@GUILLERMOLERDO
PAL