COLUMNA INVITADA

La sabiduría práctica para elegir lo correcto

Todos los retos de la existencia, desde el ámbito privado hasta el escenario público

OPINIÓN

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Luis Ignacio Sáinz / Colaborador / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Todos los retos de la existencia, desde el ámbito privado hasta el escenario público, demandan sensatez en la manera en que se interviene en los asuntos íntimos y familiares y aquellos colectivos y sociales.

Los griegos, que pareciera abordaron hasta el más modesto resquicio de interrogantes planteados a la conciencia que los analiza, identificaron un modo de procesamiento teórico-práctico: la “frónesis”, sabiduría práctica (“F????s??”, término también traducido como “prudencia”) que permite elegir lo correcto.

Se trata de la virtud soberana entre las artes del buen vivir, dilatadamente explicadas por Aristóteles en la “Ética a Nicómaco” (siglo IV a. C.), en su doble expresión: como contemplación virtuosa (teórica) y como construcción virtuosa (práctica), a través del hábito y la costumbre.

Entendimiento moral que no se puede enseñar o transmitir, siendo fruto del empeño del sujeto por autoconocerse. Supone, acaso exige, distanciamiento del yo y de la realidad, capacidad de análisis basada en la suspensión del juicio, esa figura nuclear de la lógica llamada “epojé”, y en la experiencia, concebida como acumulación crítica de episodios vividos y resueltos.

Siglos más tarde se radicalizaría el alcance de este concepto ordenador con Husserl y su concepción fenomenológica, al radicalizar su significado a la puesta entre paréntesis (“Einklammerung”) no sólo de las opiniones-creencias (la “doxa” de Parménides) y los conocimientos justificados como verdades (la “episteme” de Platón) sobre la realidad, sino también de la realidad misma.

Y creo que la circunstancia política, moral y de ánimo de nuestra sociedad necesita un ejercicio de esta naturaleza: prudente y equilibrado, es decir, fundado en la sabiduría práctica y no en las ocurrencias temperamentales, hijas del prejuicio que discrepa de la realidad misma y entonces hace que el sujeto, desde su deseo frustrado, polemice con el ser y el estar del mundo.

Grave escenario, pues no sólo se evaden los resultados de los procesos electorales recién concluidos con los cálculos distritales, contándose de nuevo la inmensa mayoría de los votos y confrontándolos con las actas electorales, desprendiéndose como conclusión que las diferencias son irrelevantes en términos estadísticos, y que, incluso, los montos de adherentes crecieron para los tres candidatos presidenciales, sino que además se dificulta el establecimiento de un nuevo modo para procesar las diferencias, siempre sanas y bienvenidas, en aras de un interés general.

¿La intención? El bien, entendido como persecución de la felicidad, desde la filosofía helenística.

Si nos disgusta la realidad, cambiémosla desde su estructura, organicémonos para cumplir ese propósito, pero no confundamos a la sociedad cuando lo único que hacemos es alterar la representación de la realidad, echando mano de descalificaciones, afirmaciones de temperamento y postulados casi-filosóficos, por ejemplo, “se trató de una elección de Estado”, cuando es evidente que todo gobierno califica de e identifica a las elecciones con plebiscitos, y en consecuencia el motor del oficialismo radica en la promoción de lo que ha hecho durante su gestión, lo que ocurre con independencia de si las autoridades salientes son izquierdistas, centristas o derechistas.

La política como proceso de conquista y conservación del poder no se detiene demasiado en tales distinciones, pretende el dominio, la hegemonía y el control. Ciñámonos a una “ética de las virtudes” que concilie las de índole “intelectual” (dianoéticas) con aquellas otras relativas al “carácter” (la conducta moral) vinculadas al lado irreflexivo del alma que participan en la razón. Guiémonos por el bien común, en aras de la felicidad social.

POR LUIS IGNACIO SÁINZ
COLABORADOR
SAINZCHAVEZL@GMAIL.COM

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