COLUMNA INVITADA

Saúl Kaminer en el Museo Nacional de la Estampa

Y Dios nombró a la luz “día” y a la oscuridad Él la nombró “noche”. Era la tarde y era la mañana, un día. Bereshit- Génesis 1: 5

OPINIÓN

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Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

El título “Decir luz es decir sombra” sintetiza el significado de la exposición de Saúl Kaminer (1952) en el Museo Nacional de la Estampa: los polos de un proceso en movimiento perenne, las fases sucesivas de todo lo creado, los seres y los entes. Frase acuñada por Esther Seligson pensando en el expositor.

Tan destacado hacedor de representaciones espaciales en su dinamismo, honra su formación de origen como arquitecto, al captar las expresiones ontológicas de tales composiciones en su circunstancia, es decir en calidad de fuentes paridoras de luz y sombra, así como también registra sus manifestaciones metafísicas, lo pleno y lo vacío, lo existente y la nada, en ejercicio de su erudición filosófica de vena cabalística: el resplandor del Zohar y la creación del Sefer Yetzirah.

A la belleza de las estampas expuestas en el recinto dirigido con enorme tino por Emilio Payán, contándose con la sensibilidad y entrega de Maru Murrieta, se suma la inteligente revisión que hace Jaime Moreno Villarreal del dilatado quehacer gráfico de quien se distingue por derecho propio en la pintura y la escultura.

Artista holístico, se podría afirmar, en el sentido de moverse a sus anchas entre técnicas y lenguajes que se anudan en su estilo personal, un núcleo conceptual y plástico de notable armonía y pasmosa profundidad, que articula tales desplazamientos a modo de integración transdisciplinaria.

De hecho, esta característica sustantiva de fábrica tan exquisita se potencia por la propuesta museológica manifestándose con gran acierto en el montaje, consistente en el sano y lúcido atrevimiento de entender que el dibujo (y su impresión) atesora el volumen, lo contiene en realidad, y que por ello la aparente bidimensión del papel y equivalentes necesita de las referencias tridimensionales, tesis aplicada que resulta brillante.

Sin duda alguna esta modalidad de rescatar el origen de la gráfica, pues al tallarse en metal o madera, proviene del bulto, pues posee una textura reconocible mediante los sentidos, que se diluirá en la impresión en plano. Así, Kaminer se rebela a la monotonía de lo llano procurando en sus piezas más lejanas que brote el doblez, el recorte, el suaje, el agregado material característico del relieve.

Concebir y plasmar esto requiere, amén de un diálogo entre los participantes, y que dicho intercambio simbólico sea exitoso, logrando la comunión entre todas las personas que intervienen en esta auténtica saga estética, gravitando alrededor de los enunciados pictográficos de tan dotado taumaturgo.

Peregrino en sí mismo, deambula en el territorio de la meditación, disfruta extraviarse en el periplo de sus andanzas, habiendo residido un poco más de dos décadas en París, nunca renunció a su mexicanidad, en clave judía secular, jaspeada de señas de identidad europeas y hasta tentaciones oaxaqueñas... místico y clavado en el mundo, cosmopolita que viaja en pos de otredades, ya que está consciente que las alteridades enriquecen.

Está abierto a olores, sabores, tactos, miradas, sonidos y, ante todo, su majestad la kinestesia: la sensación del cuerpo en movimiento; su posición en la cáscara que envuelve al mundo.

Encuentra la forma en la figura, el fondo en los límites, los macizos en los vanos. Por eso es un genuino amante de la línea y las oquedades que provoca. Desconfía de los sólidos, rehúye el imperio de la mancha, lo seduce el silencio y/o las pausas del sonido. Cual hechicero de abolengo hace de la realidad un lugar más habitable, rebosante de lo bello y lo sublime, sugiriéndonos que la contemplación no necesita de adjetivos.

POR LUIS IGNACIO SÁINZ

COLABORADOR

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MAAZ