EN LOS MARES DE LA EDUCACIÓN

Las aulas no son territorio Telcel

A veces da la impresión de que un acontecimiento no sucedió si no queda capturado en una imagen o video, pero muchos vivimos la mayor parte de nuestras vidas sin celulares y no pasó absolutamente nada

OPINIÓN

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Antonio Argüelles / En los Mares de la Educación / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

El mes pasado completé una nueva aventura acuática que consiste en cruzar a nado cuatro lagos en Arizona: Saguaro, Canyon, Apache y Roosevelt. A diferencia de otros eventos, que tienen tiempos muy precisos, en éste todo tiene su propio ritmo. Antes de cada nado, hay que hacer largos recorridos en lancha hacia el punto de partida y, para meterme de lleno en la experiencia, tomé una decisión inusual en estos días: me separé de mi celular.

A veces da la impresión de que un acontecimiento no sucedió si no queda capturado en una imagen o video, pero muchos vivimos la mayor parte de nuestras vidas sin celulares y no pasó absolutamente nada. 

Es más, en Arizona, la desconexión me ayudó a concentrarme y me permitió disfrutar las bellísimas vistas de la naturaleza sin la mediación de la pantalla de mi teléfono.

Traigo esto a colación porque, en el ámbito educativo, hay cada vez más escuelas alrededor del mundo que prohíben el uso de dispositivos móviles. 

En España, por ejemplo, ayer entró en vigor la prohibición en la Comunidad Valenciana; con ello, ya sólo tres comunidades tienen pendiente la prohibición absoluta. De igual forma, reporta The Washington Post, miles de escuelas en Estados Unidos han tomado medidas para prohibir por completo los teléfonos celulares, en lugar de establecer reglas para su uso, que solían ser imposibles de poner en práctica.

Los motivos que han llevado a estas medidas tienen que ver con la creciente preocupación por los efectos negativos que los teléfonos pueden tener en los estudiantes, desde la distracción durante el aprendizaje hasta el ciberacoso y los problemas de salud mental —como ansiedad y depresión— que éste conlleva. 

A pesar de las buenas intenciones —y las buenas experiencias—, no han faltado opositores, en particular entre los padres de familia y, por supuesto, los estudiantes mismos. Los primeros han objetado que la prohibición impide que se pongan en contacto con sus hijos, sobre todo en caso de emergencia; los segundos han expresado su enojo ante lo que, para ellos, es una injusticia inaceptable. La objeción de los padres se resuelve con una llamada a la escuela. Los estudiantes, por su parte, han empezado a adaptarse y darse cuenta de los beneficios.

El artículo del Post narra cómo alumnos de secundaria reconocen que, si bien al principio “todo mundo se sentía miserable”, ahora los estudiantes conversan cara a cara, se concentran más en las clases e, incluso, se olvidan de que traen su teléfono consigo. 

Han visto que apagar su celular no es el fin del mundo y que, paradójicamente, no han perdido libertad, sino que han encontrado cómo relacionarse de formas más cercanas. La tecnología es invaluable, pero, a veces, es necesario separarse de ella.

POR ANTONIO ARGÜELLES

COLABORADOR

@MEXICANO_ACTIVO

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