COLUMNA INVITADA

Unos contra otros: Prospectiva de la humanidad en el siglo XXI

Lo que advierte esta época es la creciente fragmentación política y económica del mundo

OPINIÓN

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Luis Miguel Martínez / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Créditos: Especial

En el umbral del siglo XXI, la humanidad se encuentra en un punto de inflexión histórica que, aunque en otras etapas ya ha sufrido serias divisiones, nada se compara a lo que se vive actualmente, enfrentando desafíos sin precedentes y oportunidades transformadoras.

En un mundo cada vez más interconectado, la dicotomía entre colaboración global y la competencia individualista se vuelve más evidente que nunca. Las sociedades se encuentran en un escenario donde la tecnología avanza a pasos agigantados, el cambio climático amenaza la estabilidad del planeta y las divisiones políticas y sociales parecen profundizarse. 

Por si esto fuera poco, los avances tecnológicos, desde la inteligencia artificial hasta la biotecnología, prometen revolucionar las vidas de las personas de maneras inimaginables, ofreciendo soluciones innovadoras a problemas ancestrales, pero planteando interrogantes éticos y sociales de gran envergadura. 

Mientras tanto, el cambio climático avanza implacablemente, poniendo en peligro ecosistemas enteros y amenazando la supervivencia de especies, incluida la humana. La urgencia de actuar de manera colectiva y decisiva nunca ha sido tan apremiante. 

En medio de este complejo panorama internacional, la humanidad se enfrenta a desafíos existenciales que requieren respuestas eficaces y visionarias. La desigualdad económica y social, la injusticia social y de género, y la polarización política, son sólo algunas de las grietas que amenazan con socavar los cimientos de nuestra sociedad, aunque no son las únicas.

A medida que emergen movimientos nacionalistas y populistas en todo el mundo que se presentan a sí mismos como respuestas ante las graves problemáticas planetarias que se han comentado, la necesidad de encontrar puntos de encuentro y construir puentes de entendimiento, se vuelve más imperativa que nunca.

Lo que advierte esta época que se vive actualmente, es la creciente fragmentación política y económica del mundo en respuesta a los problemas internacionales.

La globalización, como se sabe, había operado bajo la lógica de que el intercambio generalizado y la circulación sin fronteras, acompañados del debilitamiento de los Estados nacionales y las lógicas del mercado, sin restricciones redundarían en beneficio de todos. Se decía que unidos los seres humanos podían hacer más cosas, y ser mucho más productivos que la mera suma de las partes. Pero no fue así. 

Lo que sí sucedió, en cambio, es que la globalización generó una prosperidad relativa, aunque muy mal repartida entre los grupos sociales, entre regiones y entre ramas económicas al interior de las naciones. En el reparto de ganadores y perdedores, enormes sectores, a veces mayoritarios, sacaron la peor parte.

El resultado es una inconformidad creciente de las grandes mayorías respecto a sus élites, a las instituciones, a los partidos políticos tradicionales e incluso a la democracia como práctica y como sistema de gobierno. Las expresiones de este descontento se han manifestado de muchas formas a lo largo de la última década, desde movimientos sociales espontáneos, hasta demandas sociales y ambientales permanentes. 

Desde el brexit en Inglaterra, el proteccionismo de Trump, el nacionalismo de Modi en India, hasta la ola roja en América Latina o la emergencia de la ultraderecha en Europa.

En otras palabras, en términos políticos está en marcha un movimiento pendular que brinda oportunidades a nuevos actores en la competencia por el poder y la toma de decisiones. A su vez, también se puede percibir el debilitamiento de organismos multilaterales y el resurgimiento de nacionalismos, énfasis en las diferencias étnicas, culturales, históricas y religiosas, lógicas de suma cero (lo que gana uno lo pierde el otro, contrario a “juntos somos más que las partes”).

Nada lo ejemplifica mejor que el lema America First, que encumbró a Trump en 2016: un aviso al mundo de que frente a los problemas cada uno viera por sí mismo. Existe un marcado del individualismo y un profundo menosprecio por el colectivismo.

A estas tendencias políticas subyace una narrativa económica. 

Los mercados se están fragmentando, los tratados de libre comercio comienzan a ser observados con desconfianza, mientras los países recurren a un proteccionismo creciente ante las mercancías extranjeras, la inversión foránea está descendiendo en todo el mundo, resurge la necesidad de políticas domésticas para lograr autosuficiencia en áreas estratégicas.

Existe una fuerte voluntad de regresar a lo regional y lo local como palancas de cambio a nivel internacional y dejar de trabajar en grandes bloques económicos ante la incertidumbre en el futuro.  

Aunque quizás si se analiza con detenimiento esta reacción en dirección contraria a la globalización, no es en sí misma mala, ni mucho menos negativa en su totalidad. Inclusive pareciera lógica y entendible en el contexto de grandes convulsiones sociales y económicas que el mundo experimenta, hasta ahora. Era urgente introducir matices, frenos y condicionantes para evitar las aristas más agresivas del capitalismo salvaje de este siglo.

Como el mercado mismo, la globalización requiere ser regulada para que el aprovechamiento de oportunidades no se concentre en los que poseen más recursos y este será uno de los más grandes retos que habrán de enfrentar los gobiernos de todo el mundo en las décadas que están por venir. 

El problema de la reacción pendular en cualquier sistema político de competencia medianamente funcional, reside en un peligro aún más grave para el mundo y tiene que ver con el que genera el miedo y la zozobra, por ejemplo, elegir a falsos profetas o caer ante el encanto de gobernantes que suelen presentarse como la solución a cualquier problemática compleja que se pudiera avecinar en el planeta en el futuro inmediato, no es una tarea que pueda resolverse en un mes o con una política pública a nivel nacional solamente. 

Por desgracia este fenómeno al igual que la fragmentación política auspiciada desde los nacionalismos exacerbados, parecen ser el camino que habrá de encumbrar un nuevo intento de las elites y muchos grupos de ideologías extremistas en el mundo, para robustecer el mantenimiento del modelo económico y su forma de organización societal.

El reto de muchos gobernantes y los círculos productivos de cualquier nación es renovar su pensamiento y contribuciones a la sociedad mundial. El detalle es que quizás esas peticiones se dan en momentos donde el tiempo no permite errores y está por acabarse.

POR LUIS MIGUEL MARTÍNEZ ANZURES

PRESIDENTE DEL INAP

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