Durante años, el aficionado del Cruz Azul ha tenido que aprender a sobrevivir de la esperanza en lugar de la victoria. Su condición de eterno subcampeón no sólo le ha ganado las burlas de sus rivales, sino que ha puesto a prueba el amor de su fanaticada torneo tras torneo.
Desafortunadamente, la final perdida el domingo pasado contra el eterno enemigo (Club América) ya no sorprende a los cementeros, quiénes han tenido que encontrar un pequeño refugio en la resignación y una ilusión infinita en el olvido.
Más que heredar el amor por la camiseta azul, la afición cementera parece haber recibido de sus padres una maldición que se repite con cruel precisión. Si bien el conjuro pareció romperse por un instante durante la Clausura del 2021, esta última final disputada contra el América no hizo más que evocar una sensación de dèjá vu en su afición: el mismo rival y el mismo escenario, todo alineado perfectamente para provocar exactamente el mismo resultado, el mismo fracaso del pasado.
Es más, su condición de subcampeón ha sido tan recurrente a lo largo de los años que ningún entrenador, ninguna plantilla, parece capaz de ayudar al Cruz Azul a eludir las trampas del destino. En cierto sentido, la historia ha obligado a los cementeros a vivir del autoengaño. Es decir, la pasión por la camiseta ya no está enraizada en su calidad futbolística y competitiva, ni mucho menos en la tradición, sino en la pequeña esperanza de que en el siguiente torneo no se repita la misma historia de siempre.
Sin embargo, hay algo de poético en la resiliencia de la fanaticada cementera. Cada año, la desilusión de una final perdida se ve reemplazada por una esperanza que parece sufrir de Alzheimer. Sea por trauma o por demencia, los aficionados de la Máquina demuestran tanto un compromiso como una fidelidad ciega que da poca importancia a los fantasmas del pasado.
No cualquiera estaría dispuesto a probar el sabor de la derrota tantas veces sin perder el apetito competitivo por la victoria. Sin embargo, el amor inquebrantable que tienen los cementeros por la camiseta azul pone en evidencia que, en efecto, no importa cuántas veces te caigas si tienes la fuerza necesaria para levantarte y prepararte para el siguiente desafío.
Más que el rival, lo que juega en contra del Cruz Azul es la presión histórica de 12 subcampeonatos que amenazan con seguir aumentando. Es decir, los jugadores de La Máquina no compiten meramente contra los equipos de la liga mexicana, sino contra un mito que obstaculiza su confianza año tras año.
A pesar de todo, la pasión inquebrantable de los cementeros hacia su equipo demuestra que lo último que muere en este mundo es la esperanza. Yo, por un lado, descanso con la esperanza cementera de ver a David (Cruz Azul) vencer a Goliath (Club América) en un futuro cercano. Quizá cuándo llegue ese momento, se levantará el conjuro y los aficionados de la Máquina podrán sentirse cómodos de nuevo en la cima del fútbol mexicano.
Por lo pronto, reciban mi más humilde respeto. Y recuerden: la luz más brillante se presenta después de momentos de gran oscuridad.
POR TOMÁS LUJAMBIO
PAL