LA MANIGUA

La nobleza de los jóvenes

Estos 26 millones de mexicanos van a ejercer algo que no conocen de manera libre y gratuita, el derecho de pertenecer sin importar a qué partido juegan

OPINIÓN

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María Cecilia Ghersi / La Manigua / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Heraldo de México

Cuánta nobleza la de los jóvenes de este país, al menos los que logro analizar, esperan con ansías plasmar su primer voto y participar en la leyenda de la democracia partidista.

Sienten orgullo por México, repasan su historia y las fechas, rebuscan en las ideologías aunque no las conozcan a profundidad, se identifican con los acentos, ponen atención en los nuevos planes, dibujan estrategias por venir, confían en las universidades, saben que merecen seguridad social y salud gratuitas, conocen de casos en las fiscalías que encarpetan y olvidan por años, saben que el agua no es eterna y al mismo tiempo asumen que por donde se muevan puede haber una tragedia, ya sea por delincuencia, por autoridades armadas, temblores o por algún tercero que no ha tenido un buen día.

Están diseñados para vivir en una selva de concreto que pareciera que aman, que disfrutan, que les hace sentir que pertenecen a un movimiento o a varios. Con todas las dicotomías a las que se enfrentan se sienten parte.

Merodearon por los debates sin saber bien que esa palabra es un artilugio del mercado político, que no es debate y que nunca está a la altura de nada de lo que sucede en el día a día, buscan en la página del INE por quiénes más votar, no conoce todo lo que implica la mayoría calificada, solo saben que una mujer será Presidenta y que en su ciudad los asuntos de los jóvenes no corresponden a todos por igual.

La desigualdad la conocen, la huelen, la beben, la palpan, la saben, nació con ellos, unos por privilegiados y otros por sometidos. Se saben distintos, pero quieren ser iguales, dan su palabra entre amigos discutiendo por quién votar o no.

Dudan por la falta de información que hay para elegir congresistas y senadores, desmienten a los adultos, defienden sus gustos y sueñan más. Su generosidad no tiene límites.

Conocen de becas a las que muchos no pueden acceder, reconocen las plazas públicas, los conciertos que quieren vivir, pero nunca son nombrados, saben que solo en el tiempo oficial de campaña se les nombra con ahínco, con voz alta, con enjundia.

Escuchan sonidos coloreados con banderas donde la palabra “joven” resalta igual en un palenque que en un templete donde todos se sienten ganadores. Se informan sobre el chisme en redes y analizan desde ahí.

La gran mayoría no conoce el canal del Congreso y muchos otros se perdieron de la información que los expertos en comunicación no dieron nunca sobre programas y bendiciones culturales a las que podrían haber accedido.

Son los jóvenes de un país que saben no tiene ley, que le temen a quienes deben resguardarles en las calles, que apuran el paso ante una calle oscura, que sueñan con carreras a las que jamás van a llegar, que usan la bici empeñando la vida, que descubren las migajas a muy temprana edad unos y más que tarde los otros. Son jóvenes en antagonismos, de clases muy distintas, con conversaciones sociales de infinitas diferencias.

Desde que nacen han sido marcados por un túnel muy oscuro o por una burbuja muy resistente a muchos daños. Son en cierta medida, el resultado que escupieron las mafias del poder y las otras mafias del poder y con suerte algunos han tenido tutores para malabarear un mundo de discursos sin congruencia.  

No nacieron odiando, pero lo notan en sus primeros pasos dentro de la sociedad, no nacieron sintiéndose menos o más, pero se les enseñó a sobrevivir dentro de esos preceptos morales.

Una tensión constante los empuja a ganar, adelantarse, correr detrás del futuro, apurarse, comerse el mundo, competir, crecer, ir por lo suyo “a como dé lugar” y todavía en campaña se les exige soñar y votar.

Ven las noticias en tik tok seguidas de un “vamos a ganar”, leen los titulares del corrupto que jura que hay una guerra sucia en su contra, escuchan los insultos de una mujer a otra constantemente, ven los muertos del día, escuchan disparos, saben que el atacante es muy probable que no pase por un debido proceso, deben detenerse a ver accidentes cuando pasean por sus zonas, conocen el narcomenudeo, saben que el feminicida es muchas veces el ganador, conocen de miles de casos de jóvenes desaparecidos, reconocen desde muy temprana edad que cada vez se suman más familiares a la búsqueda de propios y ajenos, saben de fiestas ilegales en lugares donde protección civil no llegaría nunca, ubican los lugares de su colonia donde hay trata de personas, y con todo eso saldrán a votar. Son nobles.

Me tranquiliza saber que muchos presienten que, aunque no hay garantía de los cambios, lo que ayer les mostraron como normal mañana dentro de ellos ya no lo será. Se suponía que el lenguaje político cambiaría, pero las campañas nos han demostrado que muy pocos se han distinguido por amortiguarlo en las certezas.

Si las consecuencias de todo este proceso incluyen la novedad, los jóvenes habrán participado en las elecciones, si no, serán como siempre un voto que parece útil, pero puede que les separe a unos de otros contemporáneos más.

Su consciente añora diluir una desigualdad que siempre amenaza y parece más sólida que las promesas, la razón les dice que criticar al sistema político muchas veces no altera la eficacia de las migajas que reciben dentro de los dominios del poder.

Estos 26 millones de mexicanos van a ejercer algo que no conocen de manera libre y gratuita, el derecho de pertenecer sin importar a qué partido juegan.

POR MARÍA CECILIA GHERSI PICÓN. 
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