COLUMNA INVITADA

Luna llena

La muerte de un ser querido es uno de los sucesos más complejos en la niñez

OPINIÓN

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Frida Moreno / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

El día que cumplí 10 años, mis padres me obsequiaron mi primer telescopio y, por la noche, se enteraron que el tío Rubén –hermano de mi papá– se suicidó. Fue el único cumpleaños que no celebramos en el jardín, no por la súbita muerte de Rubén, sino por lo nuboso del cielo y el pronóstico de lluvia.

-¡Mi amor, dios mío santo, lo siento mucho! ¡Yo…no…simplemente…no lo puedo creer!     -escuché a mamá gritar desde la cocina.

Enseguida, papá corrió a las escaleras y mamá se acercó a darme un abrazo y rompió a llorar. Los pasos de papá retumbaron por el techo hasta que, durante algunos segundos el piso de arriba quedó en completo silencio y entonces escuchamos los gemidos de papá:

-¡No, no, no, no, no! ¡Puta madre! ¡¿Por qué?!

Mamá pidió que me sentara en el sillón y no subiera a mi cuarto, alejó su mano de la mía y corrió a las escaleras pidiendo a papá que se calmara. Al ver desaparecer la silueta de mamá, mi cuerpo se heló y el miedo se apoderó de mi cabeza. La puerta que daba al jardín chirriaba al ir y venir con el viento, acompasada con el movimiento de la cortina que la cubría. Decidí fijar mi mirada en el telescopio y en los globos que se mantenían quietos en el piso: había cuatro color rosa, dos verdes y tres rojos.

Rápidamente las voces de papá y mamá interrumpieron las escenas de terror que mi mente generaba a toda velocidad. Discutían y bajaban apresurados por las escaleras. Mamá insistía en dejarme sola en casa.

-Serán dos o tres horas máximo. No puedes ver todo este asunto tú solo, te puedo ayudar y llamar a la funeraria mientras tú avisas…

-¡De acuerdo! -dijo él y tomó el bolso de mamá.

-Mi amor, papá y yo tenemos que salir, surgió un contratiempo...verás, es una urgencia y debemos irnos -dijo mamá mientras me daba un beso en la mejilla-, por favor quédate tranquila, puedes ver una película o…probar tu telescopio, ¿sí?, regresaré pronto. -Y me apretó fuerte hacia su pecho.

Los vi salir por la puerta principal y enseguida escuché el motor de la camioneta. Recordé todas las veces que ese mismo sonido interrumpió mi desayuno con mamá, antes de que me llevara a la escuela. 6:30 a.m. y papá llegaba con ojeras y los ojos hinchados, a lo que mamá reaccionaba con un beso y un abrazo y le preguntaba si quería algo de comer o beber. La respuesta siempre fue la misma: «No».

La puerta trasera se cerró abruptamente y salté del sillón. El miedo se apoderó de nuevo de mi mente. Pensé en llamar por teléfono a mamá y pedirle que regrese a casa. «El tío Rubén está muerto», repetí para mí misma. Hace apenas unos días platiqué con Sonia y Laura sobre la muerte de la maestra Rubí, les dije que a diferencia de muchas personas que están en nuestro salón de clases, lo sucedido con la maestra Rubí era mi primer acercamiento con la muerte. «Nunca ha muerto alguien de mi familia» dije con orgullo.

En los vasos del comedor ya no había refresco ni agua, y frente a mis ojos, la cocina era una cueva totalmente ajena a mi casa. La sed era insoportable, así que, contra todo terrible pronóstico, me aventuré a caminar hacia aquella penumbra. Apoyé mi mano en el refrigerador y escuché algo que se azotó contra la ventana de la cocina. Di un brinco y escapé deprisa al comedor. Al ver mi pastel de cumpleaños rompí a llorar. Me pregunté quién o qué podía estar escondido en la cocina. «La niña de El Aro, la niña de El Exorcista, los muertos que ve el niño de Sexto Sentido…¿Mi tío Rubén?», indagué a mi parte detectivesca. Me acerqué al recibidor y tomé su retrato, la veladora que estaba frente a él continuaba prendida. Recordé la última vez que lo vi, celebramos su cumpleaños en el jardín. Al irse, mamá y papá me dijeron que el tío Rubén ya se sentía mejor. «¿Eso significa que ya no tienes que ir a su casa?», pregunté a papá. «Digamos que ya no será necesario desvelarme, lo iremos a visitar seguido, tu tío te quiere mucho, Emma», respondió con una sonrisa.

Cada vez que papá o mamá decían eso, no entendía realmente qué querían decir. Todo lo que recordaba de él, eran sus gritos y llantos. Cuando nos visitaba, se comportaba extraño. Y cada vez que papá regresaba de su casa, lloraba y hablaba con mamá hasta tarde. «¿Por qué duermes tanto con mi tío Rubén? Se supone que a los adultos ya no les da miedo dormir solos», le interrogué alguna vez a papá. «Porque tu tío se siente muy triste y cuando alguien que amas se siente así, tienes que acompañarlo», me explicó.

Cuando nos anunciaron que la maestra Rubí había muerto, la directora nos dijo que se había convertido en una estrella, que eso les ocurría a los muertos. Miré mi telescopio y decidí creer en lo que dijo la directora. Si mi tío Rubén se había convertido en estrella, resultaba imposible que fuera un fantasma, por ende, no debía haber nada que me asustara en la cocina.

Llevé el telescopio al jardín delantero y pude ver muchas estrellas. Pensé en la gran cantidad de gente que muere, porque el cielo estaba repleto de ellas. Una mujer me interrumpió y me preguntó si alcanzaba a ver la luna llena. Cuando volteé a ver a la mujer, me di cuenta que era muy vieja, tenía muchas arrugas en el rostro y sus manos temblaban al sostener su bastón.

-No, no he visto la luna llena -le dije mientras me inclinaba de nuevo hacia el telescopio.

No me tomó mucho tiempo darme cuenta que lo que miraba aquella mujer era tan sólo un brillante poste de luz.

*Frida Moreno. Veracruz, 1995. Estudió Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana. Actualmente, trabaja como modelo de manos en campañas publicitarias e invierte la mayor parte de su energía y tiempo asistiendo a cursos y talleres de cuento y poesía. Ha publicado poemas y artículos especializados en ciencias sociales en la Revista Tiempo UAM. Sus poemas han sido incluidos en las exposiciones de lxs artistas Victoria Núñez Estrada y Daniel Guzmán, en la Galería de Arte Mexicano (GAM) y kurimanzutto, respectivamente.

POR FRIDA MORENO

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