EL SARTÉN POR EL MANGO

Maternidad vs. paternidad

Independiente de las condiciones favorables o no, la maternidad es siempre un don

OPINIÓN

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Paz Fernández Cueto / El sartén por el mango / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: El Heraldo de México

En medio de las guerras y calamidades sin fin que convulsionan el mundo en el que vivimos, cuando el hedonismo centrado obsesivamente en el propio yo intenta sustituir lo bueno por mi bien, cuando pensar en dar la vida por otro es un altruismo que difícilmente cabe en la cabeza, la vida continúa empeñada en comunicar lo verdaderamente bueno, lo que sin excepción atrae, lo que satisface, lo que comunica un gozo inmenso como es la maternidad, y por ende, la paternidad, pese la incongruencia de las leyes.   

No me refiero solamente al hecho de engendrar y traer físicamente hijos al mundo. Eso lo hacen también maravillosamente las especies del reino animal, guiadas únicamente por su instinto.

La paradoja más sorprendente es que la mujer y el hombre cuando trascienden, persiguiendo aquello que no es estrictamente suyo, cuando se desviven por comunicar vida, cuando son capaces de dar vida a otro, es cuando realizan plenamente la suya propia y cuando más se incrementa el valor de su persona.  

La maternidad y la paternidad son espacios privilegiados en los que se invierte sacrificio y se cosecha felicidad.  

Aún resuenan voces que atentan contra las mujeres y su maternidad, promovidas por falsas ideologías y financiadas por emporios transnacionales que han hecho del aborto uno de los negocios más redituables. En contraste, se oyen también voces de millones de hombres y mujeres que, puestos de pie y con la frente en alto, mantienen el orgullo de ser padres.

Voces que exigen a legisladores y políticos no enturbiar la maternidad y el derecho a la paternidad manipulándolos con leyes injustas. Voces que exigen poner un alto al derramamiento de sangre inocente que clama al cielo, mientras otros multiplican sus ganancias con dinero sucio procedente de las clínicas abortistas.  

Estas gentes no tienen idea de lo que una madre es capaz de hacer por un hijo en gestación cuando se le tiende una mano amiga en vez de lucrar con su dolor.

Tal parece que no saben lo que es descubrir la presencia silenciosa de la vida que palpita en el vientre materno, ni pueden imaginar siquiera la frustración de esas mujeres cuando realizan que después del aborto siguen siendo madres, pero de un hijo muerto. Difícilmente podrán perdonar la violencia cometida contra sus cuerpos, contra su identidad más profunda, contra su instinto, contra la totalidad de su ser. 

Independientemente de las condiciones más o menos favorables o adversas, la maternidad es siempre un don. Implica el deber de custodiar la vida humana cuando ya existe, fruto del poder generativo de dos. Porque la vida que palpita en el cuerpo de la mujer no surge por generación espontánea. Supone la intervención directa del padre quien adquiere un compromiso con el hijo y con la mujer que embarazó.

¡Que fácil es desentenderse del hijo concebido cuando la gestación tiene lugar en un cuerpo considerado ajeno! ¿Acaso el embrión no lleva impreso en el ADN de cada una de sus células, el distintivo de su paternidad? ¿Acaso lo concebido no es también cuerpo de varón? ¿Acaso no al atentar contra la maternidad se atenta también contra la paternidad?

Somos seres relacionales. Reivindicar la maternidad supone reivindicar también la paternidad, algo que afortunadamente vemos resurgir en las nuevas generaciones de papás. Da gusto ver cómo los jóvenes se involucran en el embarazo, en la crianza y en el acompañamiento a la mamá, algo que no se veía años atrás. 

El matrimonio sigue siendo el origen fundacional de la familia y ésta la base de la sociedad. Y, sin embargo, el matrimonio es el gran ausente en el debate político y social sobre la mujer y su cuerpo, sobre su maternidad y sobre su supuesta exclusiva facultad de concebir y deshacerse de lo concebido.

Se ha banalizado a tal grado el matrimonio, hasta quedar reducido a un trámite irrelevante, más aún que la licencia para manejar. Urge reivindicar al matrimonio, dar a las relaciones conyugales el soporte que requieren considerando los beneficios sociales que esta alianza reporta a la sociedad. Porque se necesitan dos, no únicamente para engendrar sino fundamentalmente para criar, educar y sacar adelante a los hijos.

De nada sirve reivindicar el valor de la maternidad si no reconocemos como contraparte el valor de la paternidad.

POR PAZ FERNÁNDEZ CUETO

COLABORADORA      

paz@fernandezcueto.com 

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