COLUMNA INVITADA

La estética yugen en Pascal Quignard

Este gigante de la meditación profiere como si tal cosa, poco antes de fallecer: “Los corazones de los muertos nos están estrangulando

OPINIÓN

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Luis Ignacio Sáinz / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Cada hombre es una gota de semilla que se mezcla con la única ola de antaño que regresa sin cesar.

 

Pascal Quignard.

En “Abîmes” (2002) Pascal Quignard se detiene en “Los siete círculos de Zenchiku”, quien en realidad sólo desarrolló seis más un aforismo (Capítulo 62), refiriéndose al actor y filósofo tardo medieval del teatro no (1405-1470) llamado Konparu, heredero de su suegro Zeami (1363-1443) quien concilia misterio y profundidad en una estética orientada a la trascendencia en el silencio y el vacío: yugen (chino: you-xuan ??) o la erótica del saber y la belleza. En el escolio que clausura los estados geométricos que sintetizan las fases del mundo, reside nuestro origen: la gota de rocío blanco y pálido que brota y cae. 

Este gigante de la meditación profiere como si tal cosa, poco antes de fallecer: “Los corazones de los muertos nos están estrangulando. La lengua aprendida de nuestros padres es como hiedra que crece desde las profundidades del cuerpo”. Lo que demuestra su maestría estilística y reflexiva; pues yugen postula una perspectiva demoledora de inusitado poder: la valoración a un tiempo de la belleza y el desasosiego, la estupefacción y el dolor. Una fase emotiva o sentimental es capaz de transitar con donaire rumbo a otra, e incluso la tristeza puede devenir hermosa en circunstancias particulares. 

Músico, gramático y narrador francés, excepcional en todas las manifestaciones artísticas de su talento, nació en Verneuil-sur-Avre (Normandía) el año 1948. Para no creerse, ha publicado más de medio centenar de obras, todas ellas impecables en su concisión ascética, sobriedad de pensamiento, atribuladas por expresarse estructuralmente en síntesis lógicas, eso que Aristóteles bautizara como silogismo, proposición construida por dos premisas (mayor y menor) y un consecuente (conclusión), pudiendo ser categórico, condicional o disyuntivo. Celebración y exilio del sonido, la incertidumbre en tanto forma expresiva, el abismo como pozo de donde mana la seducción y sus mecanismos para hacer sentir las pasiones.

Más allá de la miscelánea de temas, anécdotas y tópicos que aborda su literatura, siempre es reconocible una trama y una urdimbre de sentido. Quignard nos sorprende con su capacidad de fundar esponsales entre los sonidos y los significados. De allí que su delectación por el barroco al clavecín del enorme compositor parisino François Couperin (1688-1733) salga a flote por aquí y por allá en su geografía escrita: por caso el de un título notabilísimo de la fábrica de ambos (1717 y 2002) “Les ombres errantes”: “Las sombras errantes”. Sin embargo, ese título como concepto es un sello de fuego que distingue a toda su producción: suerte de veladuras que de manera indirecta convidan situaciones, núcleos compositivos y comentarios en cartabón, al sesgo, no frontales y sin vacilar en desplazamiento perenne. 

Lenguaje que se refocila en las imágenes, evocando el juego de espejos, eco semántico, propio de una “mise en abîme” (“puesta en abismo”), donde las palabras, como vectores de entendimiento, se glosan y multiplican, tal como lo anunciara primigeniamente el premio Nobel de Literatura 1947 André Gide en una entrada registrada en su “Journal 1889-1939”. Pascal Quignard, brisa fresca de un pasado fértil que se niega a morir a manos de la banalización tecnológica que fomenta el no-pensar de los individuos; y emprende su cruzada con misterio y profundidad, nos hace un guiño cómplice reivindicando la estética yugen. Ningún mejor tributo que leer a los contados clásicos en vida.

 

PAL