COLUMNA INVITADA

El Cuerno de la Abundancia

Actualmente, llaman la atención las desmedidas expectativas que se están generando en México por la relocalización de empresas en nuestro territorio

OPINIÓN

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Miguel Ruiz Cabañas / Política y Diplomacia Sostenible / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Humboldt fue un sabio alemán extraordinario, que visitó la Nueva España a principios del siglo XIX. Realizó grandes estudios. Sin quererlo, contribuyó al mito de que México es un “cuerno de la abundancia” por sus grandes recursos naturales. Es una idea absurda: carecemos de grandes ríos que garanticen agua suficiente. Nuestras tierras, en su mayoría, son de mala calidad, incomparables con las tierras fértiles de otras latitudes. Pero también es una idea perniciosa: las naciones que confían en sus recursos naturales, incluyendo su posición geográfica, no se esfuerzan lo suficiente en desarrollar las capacidades de su población.

Actualmente, llaman la atención las desmedidas expectativas que se están generando en México por la relocalización de empresas en nuestro territorio. El denominado “nearshoring” es una tendencia real, resultado del reacomodo global entre China y Estados Unidos. Pero los expertos nos dicen que se trata de “una oportunidad histórica”, de esas que se presentan cada cien años, que debemos aprovechar al máximo para, ahora sí, dar el salto definitivo y convertirnos, por fin, en una nación desarrollada. Guau. Suena muy bien, ¿no?

Es un hecho que México está recibiendo más inversión extranjera que en el pasado. Seguramente esta tendencia se profundizará en los próximos años, y vamos a exportar más que nunca. Sin embargo, para aprovechar el nearshoring, México tiene que vencer grandes desafíos en materia de agua, electricidad, violencia, crimen organizado, estado de derecho, infraestructura, y recursos humanos, entre otros. 

No es la primera vez en nuestra historia que se afirma que estamos ante una oportunidad “única e irrepetible” para impulsar nuestro desarrollo. Hay que tener memoria. 

En una ocasión sí tuvimos un relativo éxito. México aprovechó la Segunda Guerra Mundial para impulsar su industrialización. Para ello, entre otras cosas, desarrolló una “relación especial” con Estados Unidos. En 1942, negoció un acuerdo bilateral en materia comercial. En los siguientes años, obtuvo créditos internacionales y mantuvo acceso al mercado de nuestro vecino del norte, que respetó la decisión mexicana de mantener una economía muy protegida. 

Las políticas públicas se alinearon con el gran objetivo de promover la industrialización. Hubo coherencia. Fue el periodo del “desarrollo estabilizador” de 1940 a 1970, en que México creció a tasas superiores al seis por ciento anual. La fórmula funcionó hasta los años setenta, cuando Nixon rompió con los acuerdos de Bretton Woods, y nos mostró que en realidad no creía en una “relación especial” entre los dos países. Echeverría respondió promoviendo una mayor diversificación comercial y aumentando la participación del gobierno en la economía que, con escasa o nula planeación, llevó a grandes déficits presupuestales. El experimento terminó con la crisis de 1976.

La mítica idea del cuerno de la abundancia se nos volvió a aparecer en 1977. López Portillo le apostó todo a las exportaciones petroleras. Nos dijo que el reto sería cómo “administrar la abundancia”. El desplome del precio del petróleo en 1982, junto con la elevación de las tasas internacionales de interés, causó una nueva crisis de grandes proporciones, que duró hasta los años noventa. Eso sí, el gobierno, y la población, nos acostumbramos a que el gasto público se financiara con los recursos petroleros. Qué fácil. Por décadas se ha postergado una verdadera reforma fiscal.

La tercera ocasión que revivió el sueño del cuerno de la abundancia fue con la aprobación del TLCAN, en 1993. Por supuesto ese tratado, hoy TMEC, transformó la economía mexicana. Nos convirtió en potencia exportadora. Sus efectos se sintieron en el norte y el centro del país. Pero nuestra economía mantuvo una tasa de crecimiento muy baja, menor al 3 por ciento, en promedio. Seguimos siendo una nación en que 40 por ciento de la población sobrevive en pobreza alimentaria. Enfrentamos enormes retos en materia educativa, salud, investigación científica, violencia, crimen organizado, justicia y estado de derecho, entre muchos otros.

Hoy, el espejismo del cuerno de la abundancia se nos aparece por cuarta ocasión, ahora vestido de nearshoring. México reemerge como buena opción para empresas de todo el mundo, incluyendo las chinas, que quieran establecerse en América del Norte. Pero cuidado. En 2026 el TMEC deberá revisarse. Es posible que para entonces Trump esté de regreso y genere dolores de cabeza. 

Pero más allá de quién sea electo presidente de Estados Unidos en noviembre próximo, Biden o Trump, nosotros tenemos que recuperar la coherencia e integralidad de las políticas públicas de los años cuarenta del siglo pasado, que le dio a México treinta años de crecimiento.

Para que el nearshoring traiga beneficios reales, de largo plazo a la mayoría de la población, y no sólo a algunas grandes empresas internacionales, el próximo gobierno tiene que desarrollar un Plan Nacional de Desarrollo Humano Sostenible, que se centre en el desarrollo de las personas y proteja el medio ambiente. Eso requiere coherencia en todas sus políticas públicas. 

Ojalá y los historiadores del futuro no concluyan que, por falta de integralidad y coherencia en sus políticas públicas, por tercera vez, México dejó pasar la oportunidad de convertirse en una nación más justa, democrática, equilibrada y desarrollada. 

POR MIGUEL RUIZ CABAÑAS IZQUIERDO

DIPLOMÁTICO DE CARRERA Y PROFESOR EN EL TEC DE MONTERREY
@MIGUELRCABANAS

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