En un año pletórico de elecciones en gran parte del mundo, se perciben críticas y dudas acerca de la democracia como el mejor modelo político. Paradójicamente, en buena medida las dudas provienen de grupos políticos que llegaron al frente de gobiernos, para de inmediato iniciar el desmantelamiento del modelo político y extender su permanencia en el poder.
Lo hemos visto en América Latina, en Europa, incluso en Washington. Por ejemplo, en Reino Unido, con mentiras, llamadas también medias verdades, se manipuló a la opinión pública hasta lograr el Brexit en 2016. Hoy en día la muerte natural de los votantes probrexit, prácticamente daría la victoria al “permanecer” en la Unión Europea, lo que significa que el conservadurismo de los votantes de mayor edad, heredan responsabilidades políticas a generaciones más jóvenes.
Sobre este último tema se puede responsabilizar a los jóvenes por no ir a votar, lo que no necesariamente es siempre el caso, especialmente en Europa en donde el envejecimiento de las sociedades reduce el peso del voto juvenil. Hay analistas que señalan que, en el caso de las sociedades excomunistas, la tendencia autoritaria de los antiguos regímenes facilita la unicidad del discurso político y el efecto de un líder que se asume como “salvador y guía” y resuelve buena parte de las preocupaciones sociales, al “cargar sobre su espalda” la responsabilidad de velar por el bienestar social. Sin duda personajes como Putin en Rusia, concentran estas características y el rumbo de su derrotero termina por conducir a la sociedad en la misma dirección que su destino personal.
Así fue el caso de Chávez en Venezuela y los intentos de Morales y Correa en Bolivia y Ecuador. Esta es una historia que, en el caso latinoamericano, nos muestra a los caudillos contemporáneos arribar al poder mediante el voto, a diferencia de los caudillos del siglo XIX y buena parte del XX en donde la conquista se logró por la vía de las asonadas y los golpes de Estado. El punto en común es que este modelo gira alrededor de la Patria y los sacrificios que esta exige a los líderes quienes, generosos, dejan de pertenecerse para entregarse a la obra sublime de la construcción nacional.
En el modelo iliberal para transformar a la democracia como sistema político, el manual comparte ciertas lecciones: redistritación para controlar las tendencias de voto y debilitar los núcleos fuertes de la oposición; control del sistema electoral y sus autoridades; uso abiertamente favorable de los medios de comunicación oficiales y censura o cooptación de los medios independientes; consolidación de una oligarquía favorable mediante el acceso a los recursos públicos; exclusión de otros actores económicos y marginación de la oposición; dialéctica entre discursos liberales y consolidación de los instrumentos de control político, incluyendo los que atentan contra los derechos humanos, los cuales mientras tanto son discursivamente defendidos, entre otras estrategias.
Un tema central en la relación entre ciudadanos y gobierno, prácticamente en todo el mundo, al menos evidente en los sistemas democráticos, es la corrupción en sus diversas formas. La corrupción debilita la fe de la ciudadanía en sus gobernantes; al degradar la confianza crece el desinterés social por la política, estimula a quienes ve precisamente a la política como una vía de acceso a los recursos públicos y usualmente aleja sobre todo a los votantes jóvenes lo que se observa en muchos países. Nada de ello parece ser culpa directa de la democracia, pero si es a ella a la que cada día se acusa más de ser responsable de la descomposición social. Y ese es un tema que ronda por todo el mundo en este 2024.
POR DAVID NÁJERA
EMBAJADOR DE MÉXICO. PRESIDE LA ASOCIACIÓN DEL SERVICIO EXTERIOR MEXICANO
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