Los debates entre candidatos son como los OVNIs: casi nadie realmente ha visto uno, y de esa minoría que asegura haberlo hecho, prácticamente nadie está dispuesto a cambiar de opinión sobre lo que cree que vio; pero al mismo tiempo, a todo el mundo nos fascina hablar de ellos.
Desde que los debates electorales existen como fenómeno mediático han recibido diversas críticas: que los ataques se imponen a las propuestas; que los formatos los convierten más en monólogos que en diálogos para contrastar ideas; que sólo sirven para reforzar preferencias preconcebidas, entre otras cosas. Hay mucho de cierto en aquello.
También es cierto que, en normalidad democrática, pueden ofrecer datos y profundidad para conocer a los aspirantes, y a veces pueden tener un efecto importante. Esto último ocurrió tanto durante el primer debate presidencial televisado en Estados Unidos, en 1960 (Kennedy contra Nixon), como en el equivalente mexicano de 1994 (Zedillo, Fernández de Ceballos y Cárdenas).
Como sea, en la coyuntura inmediata, vale la pena preguntarse: tras cinco años y medio del lopezobradorismo en la Presidencia y con mayorías legislativas, además de sus gobiernos en diversos estados y municipios, ¿en verdad alguien necesita ver a sus candidatos debatir o leer lo que los comentaristas digan al respecto para saber qué implicaría la continuación de ese proyecto?
Resulta chocante la ingenuidad (o cinismo) en que persisten analistas, intelectuales y medios —por quienes la mayoría que no ve los debates se forma una opinión al respecto. Tenemos enfrente un proyecto que busca someter al INE y a la Corte; cuya pasividad ante el crimen sólo es superada por su indiferencia hacia las víctimas. Pero parte de la comentocracia ha pasado semanas ya dilucidando si Xóchitl estaba nerviosa o “no convenció”. ¿Convencer de qué? ¿De que es mejor una democracia imperfecta que un autoritarismo consumado?
Vayamos a CDMX. La alcaldía Benito Juárez es, de acuerdo con algunas mediciones, la más segura del país. Su más reciente gobernante, Santiago Taboada, es el candidato opositor. Del otro lado, la candidata continuista ha sido alcaldesa de una de las más violentas; representa el proyecto que no puede resolver el problema del agua con gasolina. Pero llevamos días oyendo análisis postdebate sobre si los moderadores hicieron o no buen trabajo, si Taboada es muy “güerito” y absurdos similares.
Oiga cuantos debates guste y escuche cuantas mesas de análisis le apetezca, pero recuerde que el lopezobradorismo ya no es una hipótesis, sino un testimonio. Si en 2018 usted aún voto desde la “esperanza”, este 2024 ya puede votar desde las certezas. El balance real no va a encontrarlo en dos horas de debate, sino en la realidad cotidiana, y lo puede ver en las masacres constantes de las que este régimen se burla; en las personas sin acceso a medicinas; en el dolor de las buscadoras; en las generaciones de niños y jóvenes que han perdido educación y tranquilidad para crecer felices.
Espero que un día regresemos a tener la posibilidad de elegir entre varios proyectos razonables, democráticos. Hoy las opciones son tan diferentes en su visión, tan distintas en el carácter de quien las representan, tan abundantes en evidencia probada, tan trascendentales que, francamente, quienes vuelvan a dejarse engañar, han decidido deliberadamente engañarse a sí mismos. Otra vez.
POR GUILLERMO LERDO DE TEJADA SERVITJE
COLABORADOR
@GUILLERMOLERDO
PAL