Según la OMS, más de 264 millones de personas padecen ansiedad y depresión a nivel mundial y más de un millón de personas se quitan la vida cada año; cifras desgarradoras que testimonian la fragilidad del alma humana.
El estrés se ha convertido en un compañero constante en la era contemporánea, las demandas laborales, sociales y personales se entrelazan en una danza frenética, donde el agotamiento emocional se convierte en la música de fondo. La constante presión por rendir en diversos aspectos de la vida, combinada con la incertidumbre y la competencia acelerada, la búsqueda de la perfección en todos los aspectos de la vida y la constante autoexigencia y ausencia de auto validación, se entrelazan en un laberinto de expectativas, alimentando el fuego del agotamiento emocional.
En este paisaje de conexiones digitales, pero vínculos vacíos, la soledad se alza como una sombra pesada. La falta de conexiones auténticas y el eco vacío del aislamiento alimentan la desolación del alma, en un silencio ensordecedor que clama por ser escuchado. La presión social, con su látigo de estándares implacables, arremete contra la esencia misma del individuo, sembrando dudas y alimentando inseguridades.
A medida que enfrentamos desafíos sin precedentes, sobre todo tras la pandemia, la conversación abierta sobre la salud mental desmonta la percepción de que la depresión es una carga individual intransferible, fomentando la comprensión colectiva y el apoyo mutuo. Creo fielmente que, en el eco de la conversación honesta, se desafían estos cánones opresivos, permitiendo que se reconozca la belleza en la diversidad de nuestras batallas emocionales y se allane el camino para un entendimiento más profundo y una aceptación auténtica y transformadora.
La vida moderna, caracterizada por su velocidad y exigencia constante, ha desencadenado múltiples problemas de salud mental, que no sólo afectan la vida individual de cada persona, sino que afectan al mundo entero, ya que la depresión es considerada una de las principales causas de discapacidad en todo el mundo.
Esto se debe a que a nivel global, hay una brecha significativa entre la necesidad de atención de salud mental y el acceso a servicios de calidad; es por eso que el suicidio es una de las principales causas de muerte en todo el mundo, y la mayoría de las personas que mueren por suicidio tienen trastornos mentales no tratados o no diagnosticados.
A su vez, la neurociencia está haciendo su parte, investigando a profundidad cómo funciona el dolor emocional en el cerebro para desarrollar tratamientos más efectivos para los trastornos del estado de ánimo y mejorar la salud mental, pero necesitamos hablar, conocer, empaparnos del tema, para poder detectarlo, entenderlo y sanarlo.
Una conversación abierta y destigmatizada sobre estos problemas no sólo facilita el acceso a recursos de apoyo, sino que también educa a la sociedad en general, promoviendo una cultura que prioriza el bienestar emocional y reconoce que la salud mental es un componente esencial de la salud en su conjunto.
POR SOF ARAGÓN
ACTRIZ, PRODUCTORA Y EX MISS UNIVERSO
@SOFARAGON
MAAZ