COLUMNA INVITADA

Anatomía de la esperanza en tiempos difíciles

“Sé que no hay esperanza, pero espero estar equivocado.” –Dan Schrag, científico climático

OPINIÓN

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Daniel Daou Ornelas / Columna invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Cortesía

“Hopium” es un portmanteau resultante de combinar hope (esperanza) y opium (una droga anestesiante). Es el escarnio que describe cualquier actitud de optimismo de cara a una situación que se da claramente por perdida. 

Llevamos más de un año de récords rotos diariamente en materia de calentamiento de los océanos. Una nota reciente del New York Times describe la confusión y alarma en la comunidad científica al respecto. “Más rápido de lo esperado” es un atributo inherente de la crisis climática. Cambios como el “evento de océano azul” (cuando no se forme hielo en el Ártico) que se esperaban hacia finales de siglo, se esperan en las próximas décadas. 

Al mismo tiempo, el mundo está sumido en varias guerras, y la desinformación y propaganda acrecientan la polarización política que impide un esfuerzo social concertado para tomar acciones decisivas. En este contexto, cuando el director del clima de las Naciones Unidas afirmó hace unos días que “nos quedan dos años para salvar el mundo”, pareciera que sentir esperanza por el futuro es el mejor ejemplo del consumo colectivo de “hopium”. 

En respuesta a este panorama siniestro, nuevas iniciativas buscan ofrecer un panorama más objetivamente optimista (el hopium peca de ingenuo). Estos grupos se dedican a compartir noticias y estadísticas que buscan demostrar que las cosas no están tan mal como se cree.

El psicólogo Steven Pinker de Harvard es citado con frecuencia. A través de un análisis riguroso de datos, Pinker afirma que jamás habíamos experimentado una época con menos conflictos bélicos, mejor salud pública, y mayores índices de alfabetismo, entre otros. (Convenientemente, dejando fuera de la escena el estado de salud de la biósfera.)

No es el punto discutir las críticas al trabajo de Pinker, sino alertar sobre una forma de optimismo reaccionario que es tan pernicioso como el negacionismo pues conduce igualmente a desincentivar la acción. Necesitamos esperanza, pero no una que nos haga complacientes. 

“La desesperanza no es natural. Debe ser producida”, decía el antropólogo David Graeber en un ensayo titulado “Esperanza en Común”. Se requiere de una gran maquinaria propagandística para mantener un sentido de desesperanza y sobre todo destruir cualquier noción de un futuro alternativo posible. 

De cara al difícil futuro que se aproxima, debemos desconfiar de cualquier discurso que nos invite a aceptar la inevitabilidad de la situación. Puesto que no somos los primeros en enfrentar grandes retos ni estamos solos, no tenemos derecho a perder la esperanza sino cumplimos primero con la tarea de informarnos responsablemente y luego conducir nuestra acciones de la manera más coherente con nuestro entender. Es en tiempos difíciles más que nunca cuando debemos construir un compromiso con la esperanza.

POR DANIEL DAOU ORNELAS

Doctor en diseño por la Universidad de Harvard GSD

@daniel_daou

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